relatos, apuntes literarios...

domingo, 1 de agosto de 2010

el efecto daw jones

Tomad ejemplo de romanticismo:
la hipersensibilidad de los mercados financieros.
Ningún enamorado alcanza ese conspicuo porcentaje de penuria,
ninguna decisión se muestra tan voluble,
ninguna acción se funda en tan forzada miseria conceptual.
Pese a ello, el comercio se estremece
y tiene contracciones como una embarazada, antojos de primeriza
que son fajos calientes de papel moneda,
resmas de pasta gansa condecorada por el narcotráfico.

Mafiosos que celebran fiestas comiendo pasteles con tradicional apetito,
oligarcas pálidos y bien alimentados
cuyas jetas superan con creces la dureza de los muros de Wall Street:
los chicos con las manos de cemento, las chicas con las piernas de cemento,
y todo cimentándose y llegando al éxtasis global.

Los amos del cotarro inundan los salones de lujo de los restaurantes
y son capaces de firmar con lujuriosa eficacia un documento cualquiera
mientras eligen el mejor vino o el entrante más adecuado a su estado de ánimo.

El nuevo enamorado comienza a darse cuenta de que la ruina es pobre
y acecha en los espejos con el semblante benévolo de una buhardilla en París,
amenaza los besos cariacontecidos,
amenaza los parques como una lluvia ácida.

La ruina se presenta con el careto de James Stewart en ‘¡Qué bello es vivir!’,
sin dinero y con un par de criaturas de la mano,
entonces, el inversor la dribla con un ágil movimiento de cadera
y el obrero testarudo apenas tiene tiempo de vomitar su reserva de bilis
antes de caer hechizado rodando por el fango.

El futbolista ha tenido una lesión y las masas se mesan los cabellos,
gritan como una especie enloquecida bordeando el delirio de la misericordia.
En realidad, son una especie protegida por la serenidad del infinito.
La gente suele ser metódica, incluso la que ignora el efecto del balón
y no especula con la posibilidad del gol, esa minoría salvaje.

Decid quién es romántico, el hombre genital de la pistola
o el paria con esquinas en los ojos,
la mujer que se alegra y cubre de carmín sus labios lógicos,
o la que disminuye su presencia hasta desintegrarse mientras camina por la calle.

La gente es demasiado personal, definitivamente.

El nuevo enamorado sale del monte de piedad y gira hacia la casa de apuestas,
los autos lo reconocen y parpadean sus faros colectivos,
el asfalto se adapta plásticamente a su huella diminuta, que se repite dinámica,
y los árboles le ofrecen su rango más urbano,
animales de compañía remolonean por los incendiados callejones,
nacen murciélagos con ramitas de olivo en los colmillos
y las nubes bordan un aterrizaje forzoso:
todo para que el dinero adquiera una dimensión heroica
y el efectivo acto de jugarse el tipo
implique nada menos que la consagración mitológica
de quien lo lleve a cabo sin condenar su inocencia.

Tomad ejemplo de romanticismo en la hipersensibilidad de los mercados financieros
y no dejéis que nadie se os acerque,
ni la corista que rompe su trabajo de amapola en el trapecio,
ni el aprendiz de brujo con su magia reciente.

Que nadie os diga que no es perfecta la música en esta casa de citas.

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