relatos, apuntes literarios...

viernes, 30 de mayo de 2014

J es una letra para siempre


Ella hacía la magia de conservarse pura. En su espejo, la madrastra era una sombra arrinconada,
humareda gestual. Janelle había zanjado la discusión, una larga controversia,
y el poeta se encontraba mareado, trataba de seguir el ritmo vírico, tremendo, el paso honroso
hacia la integridad. Se le atragantaba la razón del alma, la ventaja del soul:
que no podía con su espíritu alanceado. En la práctica, su poesía bailoteaba mal, sin clase,
no acertaba un adverbio a causa de su pésimo claqué.

Janelle callejeaba en cuatro idiomas y los reproducía con primor, adelantada.
Su dentadura irreal, la flor y nata, sorprendía al acento antes de nacer.
Los príncipes reinaban con los ojos puestos en su valentía y ya paladeaban la rosa de sus besos,
ya sugerían labios y remaban alegres. Pero ella fuera de órbita y fuera de su alcance,
abanderando un credo irreconocible por universal, la nueva poesía, el verbo repeinado,
rizado como una bola de fuego.

¿Cómo lo hacía? (el arte). ¿Quién se lo habría explicado? En el primer verso, abarrotado
de genio, la verdad desaparecía entre hipótesis (o paréntesis, que venían a ser)
y era sustituida por una belleza nómada (es decir, nada estrafalaria).
No es que fuera una mentira para siempre, no es que la guerra estuviera perdida de antemano,
ni que hubiese floritura y grandeza, resplandor y ese género de infamias. En el verso primero
lo importante era el corte, la ruptura, ¡el desengaño a puñados!,
la escarpada ladera de la turbación.

Janelle continuaba sonriendo y el poeta se calaba las gafas alumbrado por el estro, ecuménico y feliz,
luego lloraba amargamente sometido al despiece de sus convicciones, boicoteado su sentido artístico:
su fortuna era su error. Ella cavaba hondo, y el hoyo era el esqueleto o enjambre de un poema.
El poema de J, pues, tenía caderas a los lados, pero más que caderas eran brotes, algo vegetal;
no un sofisma para retener el talento, sino más bien una inteligencia militar que lo hacía de uniforme
(pero sin gorra de plato).

Y qué va a ser así, si el poema era un chico del barrio con su gorra morada y amarilla de los Lakers
rapeando un soliloquio voraz, dictándose un escalofrío. Estaba ese párrafo sobre su amigo muerto y todo.
La estrofa final, el final que remitía a El Cuervo para negar la teoría, para no recitarse.

Vamos, en el siglo veintiuno todavía queda gente dispersa que escribe en la tónica de ayer.

... Janelle renacentista, algo italiana del Sorrento, un portento en definitiva. Desde niña Janelle.
La pequeña J era una niña solemne (al parecer), preocupada por las bases (su increíble misterio).
Era una niña a bordo, sin manual de instrucciones. Luego se centró en la cibernética;
en el cibercafé quedaba con los amigos de toda la vida y bailaba en trance acariciando la pista.
A veces alguien pulsaba maniático el interruptor del fracaso
y las luces falseaban la imagen y los turistas volvían al hotel cansados de pedir un bis.

Ella sin forma de sudar, seca y radiante como un minuto en la arena.
Su íntima boca dividida en rosarios, abierta en dos cruces, aspas de Leonardo. Edificando labios
sobre un mal día para salvar la historia. Lejos de sufrir un verso interesante, de crear un arco,
un alma, algo básico. La diferencia estriba en la actitud, el fraseo,
el signo que arranca con la música, esta seguridad profunda que respalda cada promesa,
cada desconcierto. Janelle que es una firma original, una letra redonda que sonríe.




martes, 27 de mayo de 2014

nada es el sentido de la vida



"Nebel I", de Irene Cruz (https://www.facebook.com/irenecruzphotography)


Nada. Salvo la primavera que no es nada. No hay nada salvo la primavera
que es un camino indistinguible. Si el vacío contiene una infinidad de vías muertas
es que no existe la flor. La flor resucitada tan de su color, hija de dios, no tiene suerte,
no ve la luz, no habla con nadie. Hay un rectángulo pintado en la noche (¿o es de otra forma?).
Verán el óvalo nocturno. Verán salir de él una paloma, salir de allí una vida,
sangre y huesos para la transparencia. Una pequeña reunión de siglos. ¡Ah! si el tiempo está
en el ambiente, como que va marcando el paso del silencio. Toma cuerpo; un segundo
se refiere a una hormiga laboriosa o quizás es demasiada eternidad, pues una hora tiembla,
sugiere un terremoto antiguo, un ser antiguo de ojos parecidos a la luna, otro ser glacial.
No se sabe, del óvalo, qué surge, qué ha nacido, ni cuándo. Si ella surge es una máquina
gélida a pesar del motor, a pesar del calor y la energía. Es un ronroneo satisfecho a gasolina,
una dinámica de estilo. Ella emerge con su casco prusiano de una hondura, una sima honda,
un día tal que un lunes y está bien. El lunes ella nace, arde la materia, arde su momento.

Nada. Nada es tan fúnebre como un nacimiento. Resulta exacto.
La rosa es un infierno trabajado. Vuestra primavera se confirma como una maniobra del futuro
para que todo siga igual. En la oscuridad debería haber un secreto mayor que el ansia.
En el arte, solamente el afán tiene cabida. Está aquel cuadro portentoso, un monumento a la voluntad
tan férrea que supera la presión de las realidades. El poema es un extenso recetario; se construye
con restos de inacción. Hay frutales en el alma que precisan atenciones: para empezar, agua.
No existe el agua pura. El verso que ha pertenecido al mundo luego se repite en otra vida
con una mano de pintura. El arte es un tentáculo que agarra o un ciudadano ahorrador,
no estaban muy seguros los sabios de sus definiciones eclécticas, no estaban muy contentos,
vaticinaban huelgas poderosas, carestía alimentaria, el lujo del amor, el desgaste natural de la poesía.

Si ella surge, es una fantástica creación instantánea. Ella ha nacido en el cielo. Su corazón aprende a volar.
Anda sola, sin mecánica, apenas apoyándose en leyes desconocidas, principios terminantes.
No malgasta un rato nunca. Al rato ya tiene qué hacer: visitar a un gorrión, alunizarse... Sus deberes.
La luz urde un fogonazo pensando en la numismática vernal, que es un campo irrealizable por ahora.
Aritméticamente es factible aún la suma de percances, como que de dos enmudecidos puede salir un grito,
de dos silencios, una revelación. A tono, de dos sombras, tendría que ocurrir un gran fulgor,
con dos noches tendríamos una gloriosa mañana huérfana.

La primavera se orienta por el espacio entre membranas, entre polígonos raros y lejanos,
Pentágonos rasos, rombos euforizantes, trapecios coloquiales, sólidos armoniosos para adornar el hueco.
Ahí, puesto en fila, todo lo que no está. Todo lo que no sean estrellas y planetas, todo lo que no sean rocas
adictas al vértigo, efímeras murallas. ¡Oh, frágiles distancias!, aires débiles, ya cubiertos de polvo.
La propia belleza obra un milagro ético sobre su ausencia, se cree ya mejor de lo que es, más bella,
más inocente. Pero la belleza no tiene modo de evaluarse, necesita el voto de castigo, la opinión autorizada.

La poeta que fue era un micrófono de fresa, un cable tendido hasta la plaza desde la tienda de cómics
de segunda mano; cómo sonaba a ras de suelo, donde los chicos esperaban la ráfaga mortal.
Su primavera no asomaba el sello del calor. Cerca del cero absoluto, admirando la bóveda vacante, trunca,
la desocupación total o el abandono que precede, eternamente, a la felicidad, ella no era nada sino un verso,
nada más que un verso escrito para ser negado por el alma. Y todo lo que no iba siendo hallaba sentido.


domingo, 25 de mayo de 2014

inside


Dentro de la botella el poema es sacudido por las olas, todavía no ha provocado
la risa del sol, ese dios infantil.

En la basura los versos contienen la respiración, en la papelera, sin embargo, actúan
movidos por la negación y el desánimo ajenos, sin tener constancia, conciencia
de su absurdidad y su falta de lastre, peso específico.

El poema es un ridículo a la altura de la payasada. No puede recitarse bien,
así que es infumable y abusa de su pretendida gesta literaria, su elegante impasse estilístico.
Las dos piedras juntas hacen una llama para siempre. Esta es la única cuestión literal,
una verdad romántica como la copa de un sombrero de copa, como un bombín atenuado.

Por todo ello, el poeta se muestra irascible, se nota carismático de segunda división.
Pero ese poeta es el otro.

Ahora, aquí, viene el gran poeta que sabe hablar con las amazonas y, en concreto, con ella,
la pequeña reina que baila por los ojos. Es la música que le entra por los ojos
y entonces el poema con mayúscula, el Poema. Entonces porque su pelo se desarrolla
y su cintura sirve. El pelo que podría ser un acorazado punk es un acto de amor.

Poema. Por el aire es una hoja del periódico de ayer, una foto de familia.
Nada más; y da lo mismo el signo, el verso improcedente, el verso masticado.
Hay un rostro, salta a la vista, por fortuna hay un rostro entre líneas
que no se parece a ninguna palabra, que elude el verse reflejado en la pista central,
en la ranura eléctrica del vinilo. El verso se contrae, contorsionista, planea un atentado contra el odio;
hay una fotografía en blanco de ella vestida con una extraña túnica,
camino del altar por un pasillo sin cruces.

Se deben reciclar los versos malos. Está la fábrica que convierte los acentos en suspiros,
la metáforas en latas de cerveza. A ver qué sale, ella por la calle, venida a más, más alta,
magnífica con sus zapatillas nike y su pistola de oro (es un colgante), los labios carmesíes en directo,
firme como una estatuilla a la puerta del cine, en el cartel, produciendo sensaciones en los transeúntes,
en los trabajadores que llegan tarde a casa y se detienen a veces
conscientes de su efímero encuentro con el arte.

Ella está en el aire con esa introducción a la misión del funky, titilando como una estrella rebelde
que se ha olvidado de comprar la letra en el museo. Su voz, efecto del crepúsculo, es un taco de alma,
una sábana recién lavada puesta a secar en el espacio sideral, un día festivo de color rojo en el calendario.

La sociedad, puesta de rodillas ante el hombre del momento, no comparte sus fobias
ni escucha el resurgir de la confianza, la serenidad atlética conseguida en las rimas,
el límite fonético rebasado con creces, ultrasónico, la llanta que caracolea
y se incendia a cada giro plástico, con cada nueva revolución del disco de platino. Ella en su vértice
es un mar de fondo, es un cadáver que se las sabe todas. Su belleza confirma
los pronósticos, su belleza es un ángel a media jornada, una virgen en paro.

Dentro del frasco el poema sin subsidio, un payaso de larga duración, de gran calibre. Ella se ríe.
Y el poeta concibe una respuesta que a nadie representa, que no sirve, y el poema se ablanda,
disminuye su acento, hace palanca, cae al retruécano y se desmorona entre comparaciones.

Así el poema recoge la función de las bestias en el vertedero, dos chuchos retozando contra un fondo gris,
una imagen corrosiva en el margen de lo posible, la cumbre de la lírica, el ápice sobre
el que se fundamenta una constitución nacional, el símbolo innoble capaz de atesorar un dogma.

La chica está como un tren, pero el tren es el mensaje. Sucede un rap
que ella articula, gesticula y flambea como por dentro de la boca, así, inside, a toda sangre.
Los metros son más cortos que un dedal de pánico.

Cuando ella se desliza, la soledad flojea y hace aguas, se hace a un lado. Todo ello es un deporte,
la gente cae y se levanta cantando, el día es un intenso recital, en el trabajo, hasta el trabajo
tramita su fórmula, su forma de adelantarse a la monotonía. Unos pasos al frente
desde un ballet aventurado, el pelo más compacto, la mirada en su primera cita con el cielo.


sábado, 17 de mayo de 2014

mínima música eterna


Ella, siempre tan menuda,
tiene un paso de baile, un disparate, ¡el arpa! Es monolítica, tan musical.
Bebe cerveza en público, luego se come las uñas cuando nadie pregunta por ella; su misterio comienza a la hora del té.
No explica su procedencia, seguramente porque viene de un mundo mejor. Su espectáculo ético
es para cualquier edad hasta los treinta (después ya no hay nada que hacer).

En su respiración late el murmullo de una estrella distinta,
un manojo de lunas gatea tras la huella de su infancia. Tiene un pelo que es libre, levantisco, afro-beat
característico, comunal. Su pelo es un tumulto, una declaración de independencia.

Hay que hacerse eco de su media voz, el soporte vocal, su mar de fondo,
la canción favorita de su alma. Ella es política donde esté el corazón. Su pensamiento revolucionario
acerca de los besos que se dan le sale por los ojos, y se ve. Ella tiene un profeta en las entrañas
que pronostica días especiales, jornadas monográficas, papeleo infernal.
El papel acecha como un poema en ciernes. Será que es un poema a punto de contar para la crítica.

A veces la critican con paciencia, aguardan un resultado demagógico: son los débiles que pierden la razón.
Los débiles, por contra, son tan fuertes, tan poderosos que arramblan con el arte
y sus periódicos y sus formas menos constantes. Pero ella es tremendo contrario, una viga maestra,
es la columna vertebral del templo y musita una palabra que vale cien millones más que un Picasso adolescente,
más que el teórico jarrón codiciado por los anticuarios. Su palabra es un mineral desconocido en la galería
que brota y ya se consolida en el aire como un pájaro cantor.

Cuesta ponerle un nombre. No se deja llamar. Rosario no es.
No ahora. Ni tampoco lleva el nombre endecasílabo de una reina africana.
Se pronuncia en un idioma posible pero místico. Callan los ojos, aunque podrían decir la verdad.
Su piel no dice el nombre. Su piel que es un espejo y una drusa coral, seda para los labios imprudentes.

El arpa barniza la realidad con su legado, la elíptica cohorte de sus notas bravas. Ella vierte la esencia última
de una pintura sagrada sobre el suelo del parque (es una lágrima, pero parece un grito).

Entre bastidores, bailando, detrás de la pantalla grande completando una bendita secuencia.
Cuando se mira bien, la curva no es tan lógica, no viene a ser incontestable ese remolino cerca del espacio.
La velocidad es energía, pero no entiende que el amor transita el vacío con dos alas nuevas.
No es preciso un elevado tanteo, ni una gran conmoción, el baile puede ser muy despacio un acercamiento al sueño,
cierta rara quietud. Quienes traman una vida regular a veces sueñan valses de rocas y metales.

Ella, gente menuda.  Ese contoneo infalible como una ley de Newton, física o soledad de un movimiento terminante.
Todo el ritmo igual a la belleza. Toda la belleza, un paréntesis en la meditación,
más verdadera que un arco iris, más permanente que la humedad radiante de la selva.
Ella sola en el cuadro, gota de lluvia detenida en su vuelo durante una infinita fracción de eternidad.




miércoles, 14 de mayo de 2014

banks


AZ, ¡menuda fama! A la hora del trabajo, sin coche, surcando las aceras como un barco
de colores. A la hora del trabajo, las medias de colores, los zapatos planos, discretos a morir,
el pelo sin tratar de ser distinto, una madeja insólita, un extrarradio vivo, confín más que turbante.
El trabajo fijo detrás del mostrador esa sonrisa asequible, divertida por el medio,
curiosa entre la raya de los párpados. Violeta.

Súmale un verso. Al brillo electrizante de los ojos. AZ dentro del verso como en una dimensión
sin salida, encajonada en un cubo a través del tiempo de los otros. Hubo un tiempo para la corona,
una llamada, un toque de oración hacia la guerra. Su hermosura, entonces, era un valor en alza,
un arma que hacía retroceder fronteras, restauraba imperios. Su raza, entonces, fuente de dominio;
su raza dominante, tan hermosa sobre todas las demás. Abolicionista.

Ella que pudo ser ejemplo para las reinas de occidente. En aquella situación impredecible,
tuvo que ser romántica. Ahora vuelve a nacer. En el trabajo, yendo al trabajo, nadie observa
el accidente que supone su rostro modelado al cielo, sus manos prevalentes, la hipotética nube
que apelmaza su sombra, la incorrupción del mensaje adscrito a su mirada.

Por su decoro, cuántos ángeles se incendian. Por la virtud que comprende,
cien aves del paraíso que no han vuelto a nacer.
Su melena discurre como un afluente dichoso reventando lagares, limando rocas, fieramente horizontal.
AZ en la siguiente espuma de la luz. Ah, nadie disimula como ella, nadie se esconde así bajo la luna,
nadie canta con la voz orlada de reflejos, la mayor virtud de una madrugada sin escarcha.

Los pájaros. Los pájaros anuncian siempre una renovación. ¡Ay! que se desmelena el aire, jovial.
En el trayecto una maquinaria estropeada irrumpe en la pesada ensoñación,
desbarata la dulce calma de la quimera. Protestan los objetos, varios en su idioma pasivo,
otros apoyados en el eco de un silencio central que no les corresponde.
El eco de una flor, la violeta, la rosa que se atusa el resplandor oscuro,
que dinamita fraguas y, sin razón alguna, se muestra levemente fúnebre.

Considerando. AZ es la muchacha -en el cine ella sola- que hace ruido además. No deja ver. Su cabello
disfruta de un encumbramiento, un espectáculo vernal de suspender y engrandecerse, que aumenta,
culmina en una digresión exacta sobre la belleza del equilibrio, una pretensión universal.
En la calle, por mucho que la sigan -que también la persiguen-, por más que la interpreten y la adoren,
como que nadie escapa a su desdén hipnótico: quién la ve con un vestido floreado de color
azul. Tangente o instantánea, suburbial, en el preciso instante de comerse el mundo,
¿quién no daría el fuego por sentarse a su lado en la fotografía!





sonrisa 5.0
dentro del verso

Azealia por el aire se perfuma
-flor del otoño, diáspora de fresas-
con las pestañas sumamente ilesas
para gloria inmediata de la pluma.
La flor que se describe ya se esfuma
después de formular vanas promesas;
y te promete el cielo si la besas,
pero se desvanece entre la bruma.
Azealia es la princesa prohibida
que en el póster central -prueba de vida-
exhibe su sonrisa actualizada.
Con esa piel de tibio albaricoque
y esas dos piernas avanzando en bloque
hacia cualquier incrédula mirada.

(léase Asilia, please)



domingo, 11 de mayo de 2014

apenas otra gran desilusión


Reclamar su ternura es una forma de inocencia. También se ocupa de impulsar el vuelo de las hojas.
El libro se dice suyo. Entre sus manos hablan los pájaros del bosque, las montañas recitan su brumoso final.
No luce la naturaleza en ese armario de cemento, sientan peor los trajes, la respiración se polariza
y hasta los pies marchan ajenos, débiles. A su lado, la luz compra un espejo. Para ella.
La luz compra un espejo para ella cuando no mira el cielo. Ella se mira al cielo y escucha una nube blanca,
loca, estrictamente llena de pureza. Los pájaros adelantan la lluvia que participa del fenómeno nupcial.
Y el mundo descarrila su hermosura, se afea en el instante de caer.
                                                             
Pensar en ella es reconfigurarse. Un tanto así de melancólica virtud. Un distrito virtual
para la ética, para sentirse. Ella se ocupa de acunar el mundo, un planeta en el regazo hueco de su vientre.
La felicidad como a su alcance, a una distancia moderada de los seres que perecen a diario,
que se mueven en círculos alrededor de la fama. La gente minúscula ha encendido una hoguera
reluctante. Nadie baila (porque Janelle ha regresado al futuro).

Por los mentideros se desliza una razón, un cambio de signo. Las canciones han alterado su fibra,
ya no exprimen el aire ni fecundan los poros del espacio, crean sonidos inciertos como imágenes sueltas.
La dulzura derrite su azúcar. El libro susurra un poema pequeño que aún no ha empezado a perderse.
No hay olvido que valga. Se olvidan las palabras: muerte, libertad. El resto es una broma, un recado
que hacer por el camino; el viaje hacia la producción. Por ahí: intelectuales utópicos quemando enredaderas,
filólogos haciendo pajaritas con el verbo; poetas pronunciando su nombre hasta la náusea.

Quererla es una extraña coincidencia. Supone un cataclismo participar del mito de su gracia.
El poema se arranca con una metáfora golosa, desplaza su retórica de un pie al otro, cae de su montura
como un apóstol llano y por tres veces niega su belleza. Ella se rompe al caer, frágil de nuevo,
su piel es un muestrario de cicatrices en el patio de la vida, en el callejón de las apariciones.
También lleva en el alma una señal histórica que solo puede verse a la luz mendicante de una estrella lejana.

En su corazón, el amor ha pasado de moda como un vestido demasiado largo, un aire demasiado puro, una voluntad.
Palidece la llama, la sombra extiende su mano delicadamente turbia, ¡oh!, su  refinada ensoñación.
Basta un segundo para sentir el tiempo, el incesante eco de un beso en el vacío para sentir la añoranza perfecta,
el deseo erizado de espinas, la triste música que agota la palabra.

Amarla es un recibimiento. Tener una noción desesperada, saber del pecho -un surtidor de versos iniciales-,
inclinarse hacia el fuego y no sentir la gélida pulsión. Amarla es visitar la constancia. Ella que aparta sus alas,
tan próxima como una noche, tan lejos de su casa en la ciudad desierta, tan dueña de sí.
Lánguida su mente al piano, la escrupulosa idea de sus ojos veniales. El formidable empuje de su aliento.
A veces, el libro es una bendición, una desilusión tras otra, una página limpia que se repite en sangre
o un corazón ahogado en su lamento.




sábado, 10 de mayo de 2014

ha lugar


Su manera exquisita de prestarse al llanto. Parece que va a llorar
como quien llueve.
Hay que ser muy curiosa para llevar una pulsera así en torno a algo, al talle (el tallo) (el árbol)
como una nube suya y solamente.

Tiene esa frescura de la premonición que se roba en las farmacias nada más.
Procede de una lágrima, es agua bendita. En el templo bajo el sol hubo una manifestación divina
en forma de milagro. Ese día (se rectifica el evangelio) llovía un poco.
Los profetas que se no se ponen de acuerdo y maldicen su fortuna escasa, se ven espesos,
predicen por no decir (que es aún peor).

Bien estaba el enfermo en su silla plegable sentado a la puerta de la casa justo antes del desahucio.
No caía, en aquel momento, agua alguna ni ascendía blasfemia a las alturas en justa correspondencia.
El sacerdote interrumpió su catecismo y se quedó mirando a la mujer,
el perro interrumpió su catecismo y se quedó mirando a la mujer,
el chico interrumpió su bocadillo y se quedó mirando a las musarañas.
Ella impuso su mano coral sobre el enfermo que sufría en silencio y lo sanó.
Pero no pudo ser. No fue así.
Ella impuso su mano sobre el enfermo y sonrió.

Algo se contaba de una sonrisa curativa. Aunque lo que realmente curaba era su voz brillante
que pasaba por encima de homilías y sermones. Por encima de la hechicería y el trance dramático.
Ante las oraciones sin mesura.
Ante los ojos de cualquier clase de ser imposible.

Prístina. Ella irreductible con su belleza maníaca. Una localizada bienaventuranza, conocida y natural.
Con una lágrima semejante a un cuerpo, era la persona indicada y capaz.
No lloraba de alegría.
Era un lloriqueo infantil, suave y potente.
La humedad ambiental. Superheroína vestida de negro: ¡bah! Jamás con zapatos de tacón alto,
ni guantes. El collar en torno al cuello como la silueta de una sombra, separándose en el aire.

Purísima. Tiene la primorosa enunciación, cultiva un ademán probablemente único
como una curva metálica.
En sus materiales hay una maravilla en cada uno que viene de quién sabe, pero encanta;
sus manos retransmiten una fantasía agotadora. La magia obtuvo su patada por respuesta,
su escepticismo. Por fin, fue dominando nubes. Al fin, tuvo lugar un hecho relevante: la estatua
no derramó gotas de sangre, fue la mañana misma la que brindó su angustia,
como quien arde en un infierno abarrotado.






miércoles, 7 de mayo de 2014

quien abriga una sensación indescriptible


Ella está tendida. No en el sueño. Reclinada no en un rincón. Tal vez simplemente
en el suelo ancho de su cuarto interior. Su cuarto es un templo agudizándose,
con serios minaretes, cúpulas, domos grafiteados por una mano líquida, paredes al fin
de la esquina sin encontrarse nunca. No en el laberinto (ya se dijo una vez). El laberinto
es un extremo ardid, es el seto continuo que no se deteriora ni vende su perpetua primavera.
No es bonito sino ecléctico, no encanta a los padres; es para quedarse un rato solo.

Ella estaba. Echada en el jergón, en su camastro, en su colchón ingrávido
viendo pasar los números por delante del disco. La música ondeaba resonancias como banderas
negras. Sin duda era un cómodo sofá de tres plazas, suave al tacto del cabello.
Ella tendida sobre una superficie plástica. No. Sobre el destino. Su destino era una zona confortable
para acostarse a pierna suelta y dar paso a los sucesos por venir. La cabida del sino era su parte conflictiva.
El runrún de la música metamorfoseaba su estilo: del soul a otra variedad sonámbula del arte.

Seguramente ella concentrada en el libro. Inclinada siempre hacia una fase de cansancio insostenible,
un pesar sin cuerpo ni tensión, como un peso muerto. La mano rauda dibujando escenas del rap
de una tarde de verano en Los Ángeles demasiado buena para morir. Dónde. El amor entresacaba
notas divergentes, difusas, electrónicas-no. Para su información el amor no se hallaba presente
en casi ningún espacio, ni rincón, ni jergón, ni dédalo cósmico. Era como si faltase y no compareciese
y no se hallase o se tornase bruscamente extraño, ya nada de la familia.

Y tampoco. Está en el centro de un mundo. Vuelve sobre sus pasos, sigue otra senda.
Para a fumarse un cigarrillo. El estanque le ofrece su reflejo: pura distorsión. La belleza oscila
como errante, dispensada de su deber de estatua, su altivez de columna. La humanidad se desborda
y gruñe. Detrás de la música hay un verbo que incita. El desierto es tan grande
o de un tamaño difícil de explorar. No hace calor en el sueño, se está bien.

El amor que se tumba sin estar muerto. Se derrumba sobre un lecho de rosas amarillas
que hacen restallar los ojos. Hay rosas de todos los colores, menos de ese color.
Ella lo mira en su destierro, la veta del odio gimoteando su farsa. En el sueño hay un reloj de cuerda
y un letrero: prohibido soñar. Los árboles observan con severidad, graban la secuencia en sus círculos;
el tiempo también se condensa, concéntrico y feliz como un cachorro. Cuando ella estuvo allí
había una salida bastante aparatosa que no dejaba indiferente a nadie. Una salida airosa rumbo al sur.

Aprieta su peluche hasta cortarle la respiración. Olvida un cuento cada noche antes de irse a dormir.
Entonces, sube las escaleras y evoca la sensación ambigua de no acertar con el camino,
por un instante. Pero es tarde, y el cielo ya está cerca de sus ojos.


lunes, 5 de mayo de 2014

simulador


Vagamente púrpura, que es un color muy denso. La cristalera abre al amor;
la cristalera ve. Está ese amor querubín que se acurruca, se adjudica suspiros;
está ese amor liviano, lívido y escrupuloso que arranca margaritas, que deshoja fantasmas
y es un devorador de luz. La pequeña nivelaba su forma o su encanto; así cerraba los ojos rasgados,
liberaba su aliento a través de los párpados. La tentación era no ser encantadora.

Tanta historia para todo. La muchacha grababa su compacto en las aceras como un Bansky
aterciopelado. Los edificios respondían persianas y era fácil oírlos respirar inquietos.
Tanto color. La voz era un color determinado, negro. La voz más negra del país, un reguero de pólvora desanimando canciones. Aretha y sus amigas en una sola voz ensortijada. Las canciones volaban,
confluían en la garganta del ángel. La muchacha es un ángel pragmático que vuela hacia la voz real.
La voz real es un carácter, una disciplina sin fronteras, sin maletas ni riscos. Pasa por aquí
el tren de las almas: los gatos ya lo están oyendo, se reúnen bajo el coche abandonado.

La canción es ideal. La idea del verso pertenece a un recuerdo que alguien ha dejado caer.
El recuerdo se aferra a su realidad distópica y procura no ser malinterpretado. De sus cándidos labios
brota, sin embargo, una sensación distinta, no subyacente.
No es literal. Su alma negocia una salida, canta por el cielo, acompañada al piano, acompañada al sol.

Vagamente todo. Tras el cristal el libro no mueve página. Se catapulta, pues así lo dice la primera página,
que es de un libro de historia común y corriente. La historia busca en su memoria un salto semejante,
un vuelo asaz literario, pero solo conecta con la filosofía del poema, que no se trata quizás
de un partido de fútbol ni es tan profunda como un cambio de táctica. Los cristales aburren.
Ella se aburre y pasea de un paso por el parque (que es real). Los perros gobiernan su parte sucia,
las guitarras acuden, las parejas se nombran.

Empezaba a cantar con el pelo recogido en infinitas trenzas y el aire recortaba cuadrículas de oxígeno,
y el aire simulaba un canto azul que era puro silencio. Los árboles tan tensos;
la soberbia belleza del tiempo ¡qué celosa!, dolida. Una línea sinuosa, solo música.
La muchacha con su cara nevada más que pálida; su piel oscura disipando la monotonía del sueño.
La voz más hermosa del mundo ha recorrido un largo paraíso antes de llegar aquí,
ha cruzado un desierto de perlas, ha profanado la guarida del dragón, ha hecho de la manada su cortejo.
Ella, tan dulce que mira sin opresión al cielo, ha conseguido un sello permanente.