Con un pequeño sol es suficiente. Las palabras se suceden
sin adornos. Se entienden si tienen algo que decir.
Existen libros en los que nada es lo que parece y ni el
amor confía en el amor. Son libros únicos de tapas gastadas,
biblias de andar por casa, literatura de hotel.
El poeta vino a sostener una opinión contraria al estilo.
El uso dominante comandaba sus acciones con falsa autoridad.
Se trataba de un estilo disuasorio que vaciaba el
cargador sobre las sombras, tan cinematográfico.
En el libro, el amor estaba harto: demasiada belleza para
ser cierta (y sin embargo...).
La luminosidad aletargada de un segundo de alegría
bastaba para desengrasar su mecanismo,
¡qué autonomía! Querer, querer, querer... Un quiero y no
puedo permanente, la sensación de un esplendor invernal.
De otro lado, la novela del amor que nadie había escrito
aún pero ahí estaba, larga y descollante.
Destacaba por su silencio, su lectura piadosa y
restringida a un escaso grupo de pioneros, gente del argot,
gente sin clase. El poeta compartía habitación con un
buen salvaje de nombre inapropiado, desconocido extranjero,
ser invisible. ¡Qué conversaciones a la luz de la verdad!
La realidad fruncía el ceño ensimismada ante el vaivén,
el devenir de los acontecimientos que sin ninguna
sutileza depauperaban la respiración del tiempo.
Salía entonces a relucir la inocencia con todas sus
debilidades y sus normas. Llegaba la muchacha de cabello imaginario,
no sangrante al modo que refiere Mo Yan, sino rebelde,
pero vivo y verdaderamente oscuro. ¡Atended!
Pues era vuestra hermana querida, feliz como una niña en
el parque de atracciones, con su nube de algodón de azúcar
color rosa pálido que te deja la boca pegajosa y feliz.
El poeta solía despertar de madrugada, de súbito, bañado
en sudor y explicaciones (y un poema pintado en la pared).
Resultado de su acción hipnótica, subrepticia, los versos
vacilaban inconstantes y ofrecían un porcentaje
bajísimo de revelaciones, se las apañaban con obvios
pasajes bien poco proféticos, poco o nada indiciarios,
sesgados a través de su desdeñosa semántica. Una retahíla
de ciencias sociales inspiradas en la demagogia del trabajo.
Ella procedía de una casa justo en los arrabales del
esfuerzo. Siempre escuchó la poesía
firme del martillo en el yunque, defendió la sobriedad del
alma que padece privaciones y asaltos
y resiste como un castillo en llamas. Aprendió a sonreír
en el extremo arisco de la rabia, a perdonar, en las mazmorras
de un estado sin espíritu. Solo ahora posee un hogar de
palabras donde expresar su corazón extraordinario.
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