je suis la plume de mon àme
(Keny Arkana)
En lugar del poema, se trata de escribir la poesía. De
domarla para que no se pierda entre algodones
ni trafique con la angustia. El poema siempre va a decir je t'aime, es su prioridad, su
obligación, su marca; la poesía,
sin embargo, es solo caminar, ponerse en marcha. La
poesía es K con un pañuelo en el pelo, otra vida en los ojos,
es una voz que se enamora del aire, como una voz al sur
que brota de un pecho gigante. Las ramas de los árboles
se mecen y es que hay un viento del sur, un viento que
desplaza soledades y musita su aroma de victoria.
La soledad susurra al oído del viento su manera de hacer
frente al paso de las horas, su manera de contestar al tiempo.
Esto es la soledad: un poema escrito en un minuto con las
palabras justas que nadie quiere oír, sin amor
que lo ponga en evidencia, sin señuelos líricos, es un
rapto de pánico que se sustancia en un instante posible;
se supone que el poema es un frente de lluvia que te cala
hasta el tuétano. Da rabia pensar en el amor y no poder
soltarle la correa para que corra libre como un perro
callejero.
Están la soledad, la poesía y el pánico, pero falta el
dolor. Gran cuarteto espeluznante. Primoroso, aristado,
una habitación cuyos balcones se asoman a un ayer que
nunca fue tan feliz. K, por ejemplo, es una muchacha
preciosa, francesa, su lengua es como un fetiche intacto,
un peluche divino, habla en el idioma de los ángeles perversos
(los más bellos), casi como una mujer africana. El poema,
por tanto, ha de decir la verdad acerca de todas las cosas
que se calla, y es factible: para eso está la poesía.
Ella te mira con sus ojos espaciales y aparte de ti no
hay nadie, es una habitación vacía, estás en medio del campo
viendo pasar el río grande, en la cima de una montaña
dorada por el sol, entre la nieve y el cielo manifestando
un gusto excéntrico por los colores puros y su facilidad
para la melancolía. Así, en un silencio
formidable,
se gestan los amores excesivos. La felicidad tiene que ver
con el deseo de no ser perturbado en el momento exacto
en que la luz incide con eficacia sobre la púrpura de un
beso nunca escrito, esa es la única verdad
que tienen por derecho los poetas, su único mérito de
cara al corazón del arte.
K parece que quiere venir al encuentro de este verso que
no le dice nada, de otro verso que diga lo que diga
(cuando ya se ha decidido, cuando va a fingir je t'aime y resulta que es tarde todavía).
Quizás la eternidad salga de la mano de un gran gato
alegórico para instaurar sus certezas. Venga con una canción
romántica en francés (qué extravagancia). El poema se
detiene. Keny siente una misión de palabras pequeñas
surcándole la patria, un sentimiento que invade su
ternura,
la coge de la mano y no la suelta hasta el final dichoso
del camino.
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