Un alba gigantesca
o una noche de cuarzo. La tristeza renace cuando el amor
defiende su violencia.
El amor es para sufrir de mil maneras, sorber el llanto,
acomodarse en la melancolía y la decepción.
El amor es un cuenco de arroz. El amor es un cuento de
hadas. El amor es el arma del crimen.
Hoy por el parque solo hay miseria, robos. Un cinismo
constante; perros sueltos. Las nubes han deseado
tiempos mejores, una sombra más compacta sobre la
realidad. A veces el silencio es premonitorio,
anuncia un sobrecogimiento, un caso sin escrúpulos. Los
crímenes son cometidos por personas que han amado
y han desaparecido. Cuesta seguir el rastro del amor, sus
huesecillos o el polvo de su angustia,
la ceniza que cubre los recuerdos después del último episodio.
La gente transcurre mirando sus muñecas, autores de un
tiempo no lineal. Hay mucho cariño y el tiempo
es un tren expreso que acelera por segundos, deja Francia
atrás, comienza una nueva vida. Hay mucho cariño
y el tiempo hace un agujero en la tierra, no encuentra el
fondo, se desvive.
Ella, tan dulce como era, tuvo un sueño con su escafandra
y todo. Fue un sueño en cuarentena,
vestida para matar con guantes estériles y ese traje ajustado
con chaleco antibalas y todo. Los enfermos rabiaban
y parecían zombis, hacían ruidos como zombis y les
gustaba la carne. Ese no fue su primer sueño de amor.
No fue un sueño de amor. Tuvo luego un sueño en el que
alguien escribía a gran velocidad una carta,
un poema: había algo de sangre que enturbiaba la
pantalla, había alguna lágrima que no dejaba ver.
Entonces, de tal modo que él escribía su verso, ella
escribía su verso a gran velocidad y se cruzaban por el aire,
demasiado pendientes de su altura, haciendo contorsiones
para subir más alto, filigranas para el baile.
Oh, hubo un baile que ninguno de ellos esperaba. Ni
invitaciones ni salones postrevolucionarios, lámparas de araña,
chandeliers, espejos curvos y viceversa, suelos como
lápidas. El vestido para el baile marcó un hito, pues ella
quebró su delicada memoria para lucir el más hermoso de
la noche y sus discretas joyas, el anillo.
Él contempló aquel ritmo, redobló su espíritu y la velada
fue un éxito del pensamiento, un reto filosófico,
asalto a la verdad y sus proporciones, sobre el papel
trazado acto por acto, cada giro, cada palabra.
En el cielo, un cuervo gigantesco, un cuerpo en
movimiento,
lamentos que fluyen como ríos. Almas de paso conectadas
entre sí a otro nivel mediante hilos telepáticos
que no se corresponden con una lengua real, que ni
siquiera existen sino en la imaginación de las palomas.
Dos corazones que han nacido tarde, pero saben sus
nombres
porque están al principio del poema.
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