Donde estaba la calle permanece tan solo la palabra; los
edificios han pasado a un inventario de escombros.
Nace un túnel que en el sueño no parecía tan largo.
Empieza en un bulevar de París y se termina
en un tranquilo pueblo de Alabama
Al principio del túnel (en la primera
fosa, su primera ausencia)
dos mujeres de negro forcejean con una
muchacha de rostro ovalado, ojos gris-marrón; su cabello
no está cubierto por un pañuelo de
seda (todavía), es un delicado cabello oscuro poblado de bucles, rizos
imposibles
tan hermosos como una mañana de bruma,
como una primavera sin razón.
Con el hacinamiento viene la reflexión
sobre una vida tan joven, la ingenua pulsión adolescente
de inmortalidad que lentamente muda en
esperanza, evoluciona hasta convertirse en una suerte de fe inquebrantable
en la justicia de los hombres.
Hoy, la calle ya no está, ahora hay un
recuerdo que no grita su nombre, que no sabe los nombres
que recuerda, todos memorizados,
escritos en letras enormes sobre las paredes derribadas, en las baldosas rotas,
pintados en el centro del asfalto,
entre los adoquines. Los nombres enterrados de las muchachas.
Con estrella. Sin estrella. Entonando
una canción de moda con ese acento de París que ya no importa, ya no basta
cuando solo amanece un relámpago de
sangre..
Escapar hacia el sol. Sobre el
invierno y su desagradable coraza, su nieve ecléctica, su acento parisino.
Una sociedad en guardia, de guardia a
la vuelta de otra esquina que no existe: a por los padres, a por todos.
Víctimas de sus nombres y apellidos,
víctima de unos ojos gris-marrón, de un cabello precioso descubierto a la luz.
En el profundo sur hace dos siglos,
hace una eternidad en Alabama; justo en
el noble corazón de Francia.
Pisotear la inocencia es una forma
histórica del miedo, es un acto de horror contra el destino,
una enfermedad mental. Se debe disculpar
el trauma,
recompensar el pánico de los
torturadores. Los muertos tienen bastante con el olvido
que reconstruye trayectos pero siempre
se deja lugares en blanco, ignorados trances que tal vez vieran días de vino y
rosas,
acaso largas noches abrigadas de
hielo, noches de fiebre y de reforma.
Donde la calle, un árbol en el
pensamiento, nada más que una rama colgada en el vacío, dando sombra
a tantas despedidas; solo una rosa
perfumada de anhelo, discretamente vaciada de luna, escapando del alma
por un túnel abierto a lo desconocido.
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