relatos, apuntes literarios...

miércoles, 7 de enero de 2015

Dora Bruder


Donde estaba la calle permanece tan solo la palabra; los edificios han pasado a un inventario de escombros.
Nace un túnel que en el sueño no parecía tan largo. Empieza en un bulevar de París y se termina
en un tranquilo pueblo de Alabama
de nombre Auschwitz-Birkenau.

Al principio del túnel (en la primera fosa, su primera ausencia)
dos mujeres de negro forcejean con una muchacha de rostro ovalado, ojos gris-marrón; su cabello
no está cubierto por un pañuelo de seda (todavía), es un delicado cabello oscuro poblado de bucles, rizos imposibles
tan hermosos como una mañana de bruma, como una primavera sin razón.

Con el hacinamiento viene la reflexión sobre una vida tan joven, la ingenua pulsión adolescente
de inmortalidad que lentamente muda en esperanza, evoluciona hasta convertirse en una suerte de fe inquebrantable
en la justicia de los hombres.

Hoy, la calle ya no está, ahora hay un recuerdo que no grita su nombre, que no sabe los nombres
que recuerda, todos memorizados, escritos en letras enormes sobre las paredes derribadas, en las baldosas rotas,
pintados en el centro del asfalto, entre los adoquines. Los nombres enterrados de las muchachas.
Con estrella. Sin estrella. Entonando una canción de moda con ese acento de París que ya no importa, ya no basta
cuando solo amanece un relámpago de sangre..

Escapar hacia el sol. Sobre el invierno y su desagradable coraza, su nieve ecléctica, su acento parisino.
Una sociedad en guardia, de guardia a la vuelta de otra esquina que no existe: a por los padres, a por todos.
Víctimas de sus nombres y apellidos, víctima de unos ojos gris-marrón, de un cabello precioso descubierto a la luz.
En el profundo sur hace dos siglos,
hace una eternidad en Alabama; justo en el noble corazón de Francia.

Pisotear la inocencia es una forma histórica del miedo, es un acto de horror contra el destino,
una enfermedad mental. Se debe disculpar el trauma,
recompensar el pánico de los torturadores. Los muertos tienen bastante con el olvido
que reconstruye trayectos pero siempre se deja lugares en blanco, ignorados trances que tal vez vieran días de vino y rosas,
acaso largas noches abrigadas de hielo, noches de fiebre y de reforma.

Donde la calle, un árbol en el pensamiento, nada más que una rama colgada en el vacío, dando sombra
a tantas despedidas; solo una rosa perfumada de anhelo, discretamente vaciada de luna, escapando del alma
por un túnel abierto a lo desconocido. 



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