En la rama, su rama baja; su arteria,
el hueco en el corazón, su cobijo de
sangre. No sabía volar, resbalaba en las páginas de un libro,
se quedaba leyendo hasta después de
las doce. No arrancaba hacia la altura, su física
era un lastre, sus alas negociaban una
instalación de humo. Oh, la mística funciona a pesar de la belleza;
a veces, la poesía realiza piruetas en
el cielo, danza como una persona que se alegra.
La belleza tramaba su impulso, urdía
el vuelo con raíces y bruma. Hubo una deportación,
repentino exilio, éxodo valiente; a la
velocidad de un cuerpo oscuro se elevaron las voces, su voz,
al infinito. Tiraba de ella el eco y
no lograba moverla un solo grito (que es el precio a pagar
por cruzarse en su camino). Divagando:
no había forma de salvar los Pirineos,
formidable muralla, foso hercúleo,
blanca tela de araña tan flexible: apenas otra muesca en el revólver de la
naturaleza,
apenas una arruga hermosa en la piel
del océano.
El Mediterráneo había dictado
sentencia: ni una barca por los aires. Las alas imponían,
solventes, angélicas, pero luego
empezaban a no verse, confundidas con la trama del silencio, con el fuego
que nacía de los cálices, huérfanas
como palomas sin balcones de plata. Cuántos besos,
ligeros corceles, arrastraron su peso
hasta la noche, cuántas sogas tensaron su geometría para obrar el asalto.
¿Dónde tal pasividad?, ¿en qué línea
del texto interminable? El verso no decía,
no disipaba la duda acerca del
principio redentor ni elogiaba el cabello recogido: rodeaba el cuerpo.
El espíritu bordaba su atonía,
merecido descanso, su eternidad que pasaba de largo por los ojos.
Quedaba el alma así en su recipiente,
cansada de ser libre, hecha un ovillo
de secretos, una maraña de ruegos,
esperando su ¡Eureka!, el soplo que no alcanzaba a mimar su rostro desvaído.
Los pájaros se iban pregonando un
sueño; ya triunfaba la carne, pura y despierta.
Una música ingrávida sonaba muerta de
miedo, volaba bajo para no desvelar a los niños. La luz flotaba en el tiempo
como una rosa pintada sobre el agua,
dibujada en la superficie rota del estanque
y cada segundo nacía una estrella, a
cada instante una palabra nueva volvía a su limbo no escrito,
retornaba al abismo inabarcable de la
verdad.
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