Esta Tendencia a la Forma. A la línea, que se alarga
irrecitable, irascible.
Tendencia al Rap, a la canción protesta del Hip-Hop.
Inclinación hacia el funesto psicodrama de la soledad,
el ninguneo básico, sin protocolos, de los media. Y la
condescendencia, ¡oh!, de los autores.
Esta inclinación al sopor tradicional, hacia el sport
gratificante de la literatura. La tragedia principia
con el estiramiento que sofoca, el versolibrismo acendrado,
felibre, la hilazón que desune invisible la convincente hipermetro-
pía incontinente (o continental), el trato dispensado a los
morfemas. Se piensa. Cuidado con la mente. ¡Atención!, se piensa.
Es preciso mantenerse alerta, estar en contra de. Ser contrario
es lo razonable
en tiempos aclamatorios y de unanimidad. Lo deseable, en
cambio, es ser excelente, su modesta excelencia (excrecencia),
ser creciente y acercarse al vuelo, es decir, alejarse
más y más.
Los versos van que se matan, se mueven a plomo. Contrastan
y contraatacan. El verso largo pone nervioso
al crítico, que lo desestima por su falta. De
profesionalidad, vigor, ensanche (o no), su estructura viscosa,
lacia. Prefiere un verso peinado para atrás, repeinado
con algo de gomina, algo de laca,
un verso para tomarse el gin-tonic de las siete.
Que no hable de amor, trate o aspire. Entonces ya no
vale, desfallece antes de tiempo, se extiende
a lo desconocido, lleno de parques y apartes, puntos y
aparte, comas como en coma que dejan al verso listo
para un funeral de estado, una exhumación o un arbitrio.
Su elasticidad
impera. Que no se diga, deje sin decir al gusto del
lector impenitente, Crítico sustancial, Hombre con atributos filológicos,
para que desmenuce a su manera el ritmo, la rima
subalterna, subterránea, artúrica,
para que se mofe de su genealogía moderada; rompa a reír frente
a la palabra "beso".
Según el sintetista Filifor, el beso no es moderno; ahora
se lleva el concepto digital, curiosamente, menos cuidadoso.
El amor cansa casi desde Shakespeare, es un invento
incómodo, artefacto de dudosa reputación, poco lógico
y al que es necesario reconducir, reeducar para que esté
a la última y no remita
a los moldes románticos, tan incondicionales.
Sin Musa que valga. Sin nombre o con un nombre de
pitiminí, indecible, nada caudaloso en su significado;
¡vengan nombres insignificantes! Nombres escuálidos o
depilados de sentimiento, pero bien impresos,
nombres en clase turista, que sazonen. No al amor; se
adopta un amor tétrico y emancipado,
un amor hasta el tuétano y las fatales consecuencias del afecto
no correspondido, tal cual irresponsable como un rey,
un amor al detalle con sus interioridades a la vista,
impúdico, que rasque,
produzca sarpullidos distópicos. En el poema, un amor que
no se nombre.
Versos sin K, sin l'amour
ni glamour escépticos del todo, curados de espanto, amigos de la mensajería y
el patriotismo lírico,
aturdidos en su autocracia de la beatífica brevedad, ajustados
al deseo y la contabilidad, presentables.
(El verso se kabrea); un espacio en blanco y todo lo
demás escrito hasta la náusea,
reescrito, otra vez (otro bis). No bastan los poetas, no
basta el diccionario para el verso. Donde encuentre la paz,
en una sepultura figurada, en un cajón de aire comprimido,
como una hoja de abeto aplastada entre dos páginas insípidas;
hasta que el cuerpo aguante.
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