Alma de color azul, ¡remonta el beso! Haz un arroyo de
batir tus alas,
niega
la potestad del horizonte.
Las cuatro letras, el músculo, albañiles que arrojan yeso
a la costura
del alba. Roja por lo mismo; paredes entregadas al desierto,
un teléfono rojo sobre el hielo.
En el avión, alas y gloria, murciélagos hablantes, altas
alas
(para caerte mejor).
Picado y duro, demasiado expresivo ese laúd, el cómico de
las manos frías.
Cuánto sonríe la muerte desde su plaza, luego sale y te
perdona
la vida, no sonríe más: solo aguarda. Su delantal negro
impoluto, su torpeza.
Hay un libro para aprender a morir con gracia, se lee del
tirón, luego te mueres. Tiene su encanto.
Los astros pronostican una victoria inusual, pero llega
efímera como un nublado, un nubarrón sin lágrima.
Se calcula el peso de una lágrima -quien calcule el peso
de una lágrima-; si se calcula el peso
de una lágrima se consigue una pena indefinida. El
trabajo crea sombras:
es lo que tiene el amor.
Alma de color azul, ¡al horizonte! Arma un cuadro que se cuente
mientras vuelas.
Volar es un secreto sencillo, público. Contar un secreto
público es lo más sencillo que existe.
Apenas es necesario creer. El alma cree en sí porque es
un alma,
espíritu con dolor; siempre se encuentra un mal que
recordar, algo debajo de qué, algo debajo del agua
(algo debajo del sol).
Los perros son un error. Tener un perro es tener un
problema. Nadie lo sabe. Salvo los perros.
Tienes un perro, fumas, escuchas música. No te falta ni
un alma para ser alguien;
qué diversidad de caracteres, qué justa dinastía. Tener
un perro es un error porque los perros espantan almas,
pero nadie lo sabe, salvo las almas.
Bajo el aire, el árbol se pregunta, ¿bajo qué? Ayer
viento, después lluvia. Lunes o martes.
Tiempo coercitivo. Nunca es el momento. El árbol no tiene
tiempo
de hablar. El tiempo arde en su cárdena silueta, diverge.
Solo dios fantasea con un tiempo exclusivamente lineal.
Dios frecuenta los pentágonos, es un arribista. Los
pequeños espacios
que quedan libres en el universo. No escritos, los espacios
vacantes en todo el universo,
aire escaso, vacío y penumbra, y nada. El vacío es un
trabajador nato, trabaja duro.
Es un verdadero creyente.
Ahora, el alma se ha forjado, ha fornicado con un pájaro.
Tan finísima luz ha claudicado.
Fondo, fundido en blues. Un famélico asunto de trabajo.
Las alas han urdido su fantasma, con ajetreo,
ansia de saber qué fueron antes de vestirse de relámpago.
Esta es la forma -dice la diosa negra que reina en el Parnaso-.
Sube una escalera dulce
hacia el deseo, rompe su virtud de porcelana por un beso.
Reina de la tristeza; verde esmeralda
sangra la tenaza de su aurora, suaves espejos desdibujan
su corte, versos terribles bordan su naturaleza.
Ella que reina entre las almas, sobre las almas, con su
dolor de aguja
y su costumbre, con su fiebre de amor. Y con su ausencia.
y su costumbre, con su fiebre de amor. Y con su ausencia.
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