En blanco y negro, tiemblan las
ciudades gráficas, largos automóviles y personas vestidas de charol. Siempre
niebla,
siempre lluvia, siempre el ácido
destino, pronóstico y viabilidad.
Ciudades que se acuestan a las cinco
cuando todo ha cerrado menos la madrugada; el horizonte
ha echado las persianas y los bares se
desenvuelven bien. Hombres que sisean o hacen eses,
serpentean como luces o satélites,
como raíces o tejados de zinc. La plata se ha bordado
entre las ramas de la noche, ha
transportado sombras en su cóncava geometría.
Digamos que la chica ha descubierto el
mundo, se ha bebido el aire a sorbos, cucharadas, golpes de aliento,
dosis cargadas de aire puro como para
salir volando. Vehículos triturados por la acera y el humo evanescente,
columnas vitriólicas, humaredas
conservadas en cielo, en hielo de quemar. Nada se pierde
entre bloques de cemento, farolas a
medio gas.
Pasa la convulsión de un perro
vagabundo, pasa el gigante dorado, pasan las horas con sus atributos hechos
polvo
de futuro. El sol tarda en dictar su
tesis diaria, su paranoia ensordecedora.
Debería evitarse esta parte de la
ciudad por precaución, por no ceder al
encanto
oblicuo de la oscuridad, la tentación
de las esquinas. Que sí, hay un fuerte olor a hierba, pero sin zonas verdes a
la vista,
por el contrario: el asfalto es primogénito
(heredará la tierra). El parque no es una zona verde, en puridad,
es un poco de vergüenza, como un grano
de viruela en la piel de la manzana,
algo que supura belicosa actividad
social.
Perros motorizados -es un decir-. Los
perros: sobreabundan los de razas peligrosas, sus dueños son peligrosos,
adolescentes tatuados que forman
bandas internacionales. Pero sin accidentes.
Los acontecimientos son exactos,
suceden en su proporción de martes. La bestia puede estar leyendo a Bunker
y sus más de doscientos puntos de sutura
debajo de un chaflán, en alguna terraza abandonada,
y como relamiéndose.
Qué sombras no han quebrantado la ley.
La media luna escupe rayos gamma. Arde la realidad como una iglesia de barro;
las 3D se conturban con sus galones y
sus vasos de papel, sus propios brotes de ceniza.
La sangre no pretende hacer crecer las
flores, ni aquellas lágrimas eran agua destilada.
Abren fuego sus lágrimas mientras ella
se atrinchera a la orilla del sueño,
un sueño asombroso que no parece ser real.
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