Escribir sobre (...). En código de
alto nivel: indescifrable.
Escribir para un recitado rápido, al
filo de las olas, en alas del viento cuadriforme. Solo por ser del sur,
esa extraña rapacidad del ambiente.
Solo por ser del soul y con el ruido del aceite crepitante.
Se escribe sobre el silencio, en
silencio. Todo por decir, hasta su nombre, su cantidad,
su libro. Cada uno con su libro entre
las manos vacías, algo entre manos, un asunto
turbio, como casi siempre. El poema ya
se mancha y mancha los pulgares de ceniza, de tinta, los entinta
justo para estampar la huella, es una
comisaría, una aduana.
En comisaría se oyen los portazos,
como en el poema, que se cierra en banda. Ella ha abierto una ventana
y el sol desarrolla su talento para la
infiltración, quema más que un deseo. La realidad es blanda con sus héroes;
ella viene a ser real, ha terminado
con su espejo una relación adulta, sus manos ya cartografían
el sendero único del parque, aquel con
sonido a flor, última flor.
Ha decidido quitarse el pañuelo,
ponerse un vestido; una elección difícil, engorroso trámite,
que así se escribe el mundo. La reseña
del cuadro es admirable; el vestido tiene una caída que se encoge,
un suicidio a cada paso y está hecho
con una tela rota, confeccionado con suficiente amor.
A la sombra, parece del color del pelo
tanto como del color del mar. Sucede un cielo azul que no acierta a desentonar
del todo,
prístino o primerizo, que oscila como
un pájaro valiente. Ella diseña a toda prisa
un género de dudas anterior a la
masacre, un verbo intransitivo para salir de casa sin peinar.
Se conoce que el espejo tenía su
costumbre, el acero de su pelo negro lucía demasiado tranquilo en la pantalla,
demasiado curioso, brillante como un
término inusual. El lenguaje espectral absorbe claves
inicuas. En su habitación, el
criptógrafo sufre las consecuencias de su profesión, el lector abunda en la
materia,
quiere leer trozos de vida, contemplar
escenas de otro tiempo. El descifrador anhela el universo
insano de los versos, su procacidad
juvenil, las piernas de la poesía: esa desnudez.
Keny voltea un segundo. No hay
concierto ni es momento de tomar precauciones.
El poema arranca a desinstalarse en el
sofá produciendo una nube de humo que no se tiene en pie. Su primera letra
es débil como una promesa, contiene la
promesa de una revolución maldita, un espectáculo
de masas fundado en la coreografía de
la desesperanza.
La escritura es una acusación formal, un
proceso contra el alma, una escena en el teatro de la soledad.
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