relatos, apuntes literarios...

miércoles, 6 de mayo de 2015

gran circo americano


¿Por qué el poeta fue abducido por una guitarra eléctrica justo antes de la felicidad?

Estaba el arte agotado en su peana, disoluto, cuando empezaron a caerle horas encima
como números primos, tan escuchimizadas. Al paso de los años, comenzó a sentirse bien
y a sazonar de estilo las miradas perdidas. Su espectáculo a tres pistas como el gran circo americano:
una en la escultura, otra en la pintura, la tercera en la música.

Así que el poeta quiso añadirse a la forma, quiso añadir forma a la performance y presentó una telaraña.
Los versos caían encima del arte como sondas geográficas o bajo la superficie (no se sabe aún), caían
indecentemente, con resuelta lentitud. Su polisemia cogió desprevenida
a la pintura, su rima desconcertó a la música, su trama intrigó sobremanera a la terca escultura, tan instalada de sí.

Crecía el verbo exuberante para pasmo y experiencia de la crítica, público espanto. Las revistas se rifaban
su nombre en la palestra, humeaban los teletipos modernos, incendiados los mails, las cajas de música a reventar
de piano. Entonces entró en foco la publicidad (¿o fue la autoridad?) rompiendo la cadena
con su puesta en escena enérgica y feliz, tan del gusto. Y fueron sucediéndose los anuncios rastreros,
las faltas de ortografía, la funesta presión del solecismo y el teatro burgués.

Las muñecas, los chales por los suelos como arroyos, nada en posesión. Las muchachas a sus cosas:
sus paseos dominicales, sus estrépitos, sus libros. La danza arrinconada, casi estereotipada en flases de concierto,
fases clínicas. ¡Oh, la espontaneidad de la tosca materia! El desparpajo elegante del lenguaje común, la renta del argot:
en el argot del barrio, un trompo era un billete grande, cuatro, una fortuna sideral. Así se borra la historia
de los páginas bellas, exactamente de este modo abúlico y servil.

Estaba el arte dilatándose de parto, con sus contracciones monetarias y su estocolmo residual. Por cierto
que parió un ratón gigante como una montaña rusa, tuvo gemelos en dibujos animados, se montó una farándula
para el cómic, mafia de soñadores.

El poeta todo lo grababa, detectivesco, lo anotaba todo en su libreta anaranjada que llamaba la atención
más que unas rastas. Metódico, se asomaba a los oficios sin intención de trabajar, se asomaba a las iglesias sin intención
de un padrenuestro, sin motivo, sonreía a los bebés bien alimentados (que invariablemente apuraban
sus gestos de superioridad). Escribía dádivas y cuentos, herejías, dilemas. Se enroscaba en la noria
plateresca o volvía a las andadas por su pie.

Al quinto aviso tronó la tormenta y se mostraron equívocas las estatuas, sobreexpuestas,
los cuadros sepultaron su cordura entre rimeros falsos de irisada ignorancia, la canción del verano
se congeló en el último puesto del extracto. Tuvo que ser la ópera, de nuevo ensimismada, la que bordó el poema
para la histeria selectiva (con ayuda de un ballet hidráulico), la que sintió en sus carnes la pertinaz
nostalgia de los cómicos y se trató de un gremio en el pediatra como si fuese en serio.

Pues la felicidad de aquel entorno tendía al infinito. En tal diáfano instante de confrontación entre las artes,
de mordaza y orden, un súbito flamenco alegrándose de todo lo demás, la obra por supuesto
y el genio desnivelando el testimonio de su floja memoria. 




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