Ahora di: el universo es un campo.
No un campo magnético. No el campo
de Higgs. El universo entre dos planos, empujado a la barbarie
de las rosas tímidas. El horizonte
como una línea rota en su matriz, truncada. Y la vida sonámbula,
oscura como una noche de protesta.
Verde universo, húmedo de soledad;
nubes aparte, alguna lluvia que descendiera suelta del espacio.
La vida de los niños es un antes del
trabajo que durará para siempre. Hay una redención por el trabajo:
horas-días-años, todo lo mensurable. El
campo está en Polonia (Estado de Alabama), se parece a un desierto
frecuentado por lobos, sin
desalambrar.
Allí duerme la luna como un sol de
terciopelo, duerme sin rostro, atrapa cualquier clase de frío,
de crudeza. La luna encoge el pecho de
los novios, la piel se torna gris en su presencia, esa raya
infinita tendida sobre el hueco del
crepúsculo.
La noche viste acero, levanta cruces enfermas
donde huelgan las flores. Los árboles vomitan sombra,
menudean hojas muertas. Atrocidad tras
lenta atrocidad, la forma del terreno surca mares, atropella
sentimientos; hay un petróleo oscuro
como el agua,
ceniza que desuella montañas de vapor
capaces de cortar la respiración
de la hierba. En tan estricto ámbito,
las cabañas asombran por su aura, mientras se derrumban las casas nobles
y los panteones chorrean infecciones
del alma. Este área del grandioso vacío, esta penumbra cósmica
en la que se aúnan la miseria y el
odio, universo escuálido y glauco dejado de la mano del tiempo.
Di ahora: el universo es un patio
miserable, un cuerpo extraño
cargado en parihuelas por el campo.
Los muchachos aguantan el peso intolerable de la física, el peso
permanente de la ética endurece sus
músculos. Ella que todo lo ve. Ahora se ha desarrollado, ha ensanchado
su nariz preciosa y ha endulzado sus
labios, su piel morena ha adquirido el tono del jarabe,
la miel del caramelo y el suave aroma
de la persistencia.
¡Qué bonita! avanza, corre, surge entre los tallos altos, cruza el riachuelo con los pies descalzos y se moja
la cara que brilla como un orbe. Su
casa está en el límite, y del hogar en ascuas brota la fumata blanca, el humo
sacro
que perfuma los sueños. Soñar es fácil,
tanto como imaginar un mundo menos torturado, apenas libre,
digno de su hermoso desencanto.
Continúa el esfuerzo bajo el sol
inclemente, bajo la trata del sol, el maltrato del fuego. La risa se ha
estrellado
contra el vuelo de los brazos
exhaustos. Las amigas cantan en voz baja y el universo se abre hasta engullir
el sonido del arpa que manejan los
ángeles, el secreto murmullo de los violines,
la parte rigurosamente cierta de la
realidad.
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