relatos, apuntes literarios...

miércoles, 20 de mayo de 2015

madera de amor


¿Qué sabe del amor una chica francesa destinada al recuerdo? Su rostro afirma
la transición hermosa entre el viento del norte y la redonda felicidad de la península. Especifica el logro:
sus labios únicos orlados de belleza, tibios como alazanes; ¡oh, su belleza que no se da a la fuga! No escala
la tapia del mercado, no sabe volar. Ella vuela todos los días con el pensamiento apenas requerido, apenas
reticente, retenido en la memoria. Su cuento es una ciudadela con sabor a especias y lectura, un solo cuerpo
aislado en los márgenes de la realidad acariciando el peso de la historia. Su fisonomía o la etimología
de su nombre propio: la hermosura. Una muchacha tan hermosa tiene que llamarse. Ha de poseer
un mundo propio, una razón por encima del aire. Keny conoce el alto espacio donde vibran los dragones dorados
y la Hidra descansa de su reminiscencia. Ella ha preparado un filtro para darse, música antes de dormir.

En el espejo, Alicia se mofa del dolor. Tiene frío, no miedo. Pasa las horas divertida con su heráldica
y su imagen. Keny ha disputado a una rosa la garantía del éxito, su mirada ha fondeado
en un alma mística, ha reconocido allí al poeta que se muere. Los poetas tienden a morirse de lado, a su lado
todo es camposanto, el cementerio armado de panteones célebres, cruces inmortales; hay que pasear
el cementerio hasta encontrarse con la forma que desaparece. Keny ha conseguido su medalla en el pecho,
su galardón, la guirnalda para el alma de carne inmaculada. Ha estirado un brazo limpio para tocar a dios
y ha sido óptimo su desafío. Madera de amor, tiene madera de amor, este es un descubrimiento para la posteridad,
para los últimos versos, las últimas arbitrariedades. Sus ojos han dispersado el hechizo y nada falta,
nadie falta en la pequeña cena, la fiesta interminable que no sabe empezar sin ella, no puede empezar
sin su voz artística, afónica, ritual. Su voz francesa contra el tiempo, en francés idealizado, que es un idioma inexistente
pero muy feliz, comunicativo, extremadamente liso, suave como el algodón más suave, sano
lenguaje interno de una lengua tan húmeda y caliente como un beso a medianoche, un beso cerca del mar.

El arte ha renunciado a dibujar su encanto, los colores del mundo repiten miseria ante su fiel estampa,
mastican los pintores su carnaza invisible y callan, firman cuadros indecentes y caen en el vacío; y los poetas
se rinden a la ingenuidad de su rostro mayestático, a su argumento y su necesidad. Keny necesita un beso grande
y no hay labios para ella, no hay boca que reduzca su misterio, que deslice su física por el contorno exacto de su corazón
gigante; pues merece el contacto en otra fase, en otra dimensión accesible a los príncipes natales, héroes
del espíritu, nativos de una nación ordenada en reinos permanentes, país de sombras y caballos blancos como soles.
Keny arrastra una felicidad que no se corresponde con belleza alguna determinada, sino que participa
del eco del planeta, fecunda valles líricos y duerme en una isla; su corazón florece a la mitad del viaje, ama
tanto como si fuera a verse, desnuda como es, en la luna del agua, con esa lágrima que dignifica y esa liturgia
nueva de sueños rotos. Música en su apogeo. Relieve. Significado. El futuro recobrando fuerzas,
una parada en el camino a la santidad, la viabilidad del genio. Libros enfocados a la gloria, atezados como grises,
ávidos de simpatía. Y un verso mínimo,  indeseado, esta maledicencia del amor que no se desespera y, poco a poco,
va conminándose al destierro, ave de exilio: nota fúnebre en el reloj del jazz.

¡Ah!, Keny a bocanadas, fresca como una nube. Su rizo, extremidad y puro lazo. Religión. Su pelo negro, nervio, vivo
de todos modos. Está el proceso de su encanto, una maternidad instalada en el centro. Vida y dulzura,
suerte de control mental de un software venturoso; así reina sobre el reflejo del cielo, con el vestido azul que no le regalaron
nunca porque no le gustaban los vestidos, con el collar de oro que no le regalaron. Y el amor, que ha llegado
de tan lejos, tan delicado, honesto, volado en su tamaño de asteroide, redondo como un alma en trance de nacer.



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