Con esa estatura, ella es una
deportista genial, machaca el aro, casca el tablero a lo Shaquille O'Neal.
Hace tiempo el oráculo predijo su
rumbo, su ritmo, dijo tanta piel en un segundo, se atrevió a garantizar el
milagro.
La suavidad de su rostro copaba todas
las miradas; su santidad archienemiga de la iglesia,
contrincante del padre de manos
incendiarias. Así, esta lucha antigua.
Los plazos se iban cumpliendo, iban
cayendo los años. La historia matizaba sus planes, continuamente hurtada
por la realidad y sus infinitas
variantes. Ah, solo una huella permanecía indemne, ilesa entre la escabechina
de muñecas rotas:
ojos de curiosa esfera, dedos regordetes. Su huella era la
voz
y demostraba raíz, fórmula, el secreto
de la contradicción, el tranquilo espectáculo del desprendimiento.
Reboteando con un salto al vacío de
los signos, música encantadora
y animales domésticos. El hip-hop
desestabiliza la microeconomía: hace ricos a los padres del gueto. Mamá ha
salido
a trabajar con sus bolsitas y su
teléfono seguro. El barrio se martiriza o se desmorona
entre bafles de alquitrán que emiten
el concierto del siglo XXI a medio gas. Barracas que ofrecen antenas
parabólicas al cielo desmembrado, la
hierba adentro, fuera un camino ancho, una cancha, la canasta sin red social.
Ella escarba en las estanterías en
busca del tiempo y la novela. Ávida lectora de extraño pasado, extenso pasado,
solo unos días atrás. Tan poca memoria
y tanta vida por delante.
Las novelas que lee son como números
primos, casi indivisibles en capítulos o recuerdos, casi indivisibles en
palabras
y frases. La novela es una orden
zanjada con aspecto militar; es un proverbio imperativo:
¡ponte, mesita!, un cuento para gente
enamorada del teatro, gente con tragaderas y domingos por delante
para amar a dios o ver el telediario.
El hallazgo es una cláusula de
perdición. Como siempre. Es bueno hallar una expresión distinta, espacios
de concentración del pensamiento, algo
así como el infierno en versión inexistente, budista. Ser diplomáticos como
tiburones, felices como sicópatas
entrenados en campos de exterminio. El infierno es un libro
gordo o está en un libro gordo metido
con calzador, hediondo como los pies de Knockemstiff, con sus mismos camioneros
y sus demonios regionales. Es como lo
pinta Chuck (que nunca ha estado allí).
La novela se planea, consta de
plataforma y accésit. La plataforma se deja fumar: costo apaleado. Establece
su récord de longitud y su mínimo
relato, camaleónica. La muchacha -¡milagro!- lee con el pelo negro
y de un tirón, sin pasar las páginas,
imaginando letras una tras otra, tan insignificantes. El proceso hace brotar
notas
híbridas, una fluctuación del mismo
flow que rasga los metales de la banda. El humo está presente,
es un presente para la familia. De
súbito, la nueva metáfora provoca una sonrisa en el desierto, los coches
aceleran,
los árboles maduran y el hombre enmascarado
consigue entradas gratis para el baile.
Kajetan August |
No hay comentarios:
Publicar un comentario