Morder el polvo. La hierba. Morder el
tiempo a dentelladas; un rechinar de dientes o cadenas,
un proteger los labios (de otro beso).
El amor ha caído por la sima, la palabra se ha roto; huesos rotos como sílabas
truncadas, dispuestas a mentir. El día
empieza con una sinrazón, una sintaxis fúnebre que cala
hasta los huesos. La voz del tiempo
resuena en los oídos, estremece y vuelca su negocio de sombras sobre la ciudad.
Los chicos vuelan; las chicas vuelan.
La soledad afina su proceso: hace una llamada.
Horas de lluvia han cubierto el
pensamiento del estado, han encharcado los corazones de la ley; el agua
duerme el sueño de los limpios de
corazón, el sueño eterno del cosmos. Existe un lago níveo, lilial, la nieve
existe
y prolifera, lejos del hielo
deprimente, como una señal de victoria. Donde pide auxilio el fuego no llega la
luz.
Ella ha aprisionado la luz en el espejo,
ha pensado un tamaño de luz que no se deja nombrar, salta como un gamo,
como un cervatillo temeroso y feliz.
Hasta un lugar, el cuento, la historia narrada por un hombre libre,
por una montaña, por el mismo cielo
pétreo que se culpa de las rosas arrancadas y las rosas del olvido;
ha salido a la calle y la mañana
redonda parecía un adorno, parecía sin techo, abierta
al entusiasmo de una promesa, hueca de
húmeda sencillez, simple como un deseo.
Los ojos se detenían en la multitud
del parque, viajaban en primera clase y
anticipaban un cuerpo
descrito con palabras fáciles que no
significaban sino aquello que no se ve y está, que no se puede ver y está delante,
estatuas como estatuas, un mirlo
aterrizando en la piel del ocaso, otra nube.
Dicho sea sin ambages, el estilo fluía
carne abajo y la música
trataba de resolver un rompecabezas
endiablado, se mostraba ética a partes iguales, igualaba en encanto
a los delfines varados en la memoria
del océano.
La juventud, tan bella, se conformaba
con la mitad del aire en movimiento, con un rombo de azul, necesitaba
el aire que soplaba su inconsciente
euforia, la mano grata de la brisa columpiándose en extraño silencio, la forma
ideal de las comparaciones. Un perro,
de pronto, y la noción difícil, la imprevista aparición de un despacho oval
entre
los árboles, una columnata cómica
bordeando el rosal; el peso de la libertad construyendo futuro en terreno
baldío,
presas en el alma de los pájaros, hogares
sobre un hilo de esperanza.
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