Preámbulo
Azealia tiene razón.
PARA
AZEALIA, UN RAMO DE SO(U)L
Más que una santa. Sus trenzas, sus
coletas,
sus piernas, su pecho redentor tienen pretextos,
razones para ello,
sus ojos declarados no culpables, sus
piernas declaradas inocentes.
Para el disturbio y la reivindicación
de sus posibilidades, su estatura
moral dentro del hueco. La pinacoteca del pop
y el cetro (caníbal) del hip-hop. No a
cualquier hora surge un meteoro capaz de desgraciar
las saunas, los balnearios bálticos,
todo tipo de antros medicinales.
Muchos gimnasios se quedaron sin
clientes. La gente
se puso a bailar, ese ejercicio
gratuito.
Los mininos abandonaban sus gateras y
eran requeridos para el mimo general
(que no tiene que ver, pero es verídico).
El monte Fuji creció unos centímetros,
incluso.
Y el monte Rushmore frunció el ceño
-como monte-.
Entretanto, volaban los faisanes. Los
poetas quedaban en el bar de enfrente
y recitaban alto y claro, con
superioridad (que se note) y un trébol de cuatro hojas.
AZ tentaba a la suerte con su cabello
digno de un crédito extraordinario:
ningún poeta le hizo un verso.
La música tiraba para dentro, tiraba
de la sisa y de la axila
como un coloso acústico, meneaba los
pelos como un roquero patizambo. Pero era rap y no podía combatirse
con armas convencionales, crucifijos o
fuego. El rap parece inmune a la nostalgia
y a la historia, es un fiasco en
condiciones, mayúsculo.
Santa Azealia crujía por poderes a los
poderosos, dictaba X medidas
-sus medidas perfectas- más físicas
que antieconómicas, por ejemplo.
Donde el mundo era un asco, ahí ponía
el subtítulo de una bella canción.
Arte, Arte y más Arte.
Sus pezones proteicos como peonzas de
marfil diamante, labios dinamiteros,
una colección de labios a partir de
los veinte años (o los dieciocho), casi mayor de edad.
...
Epílogo
No existen profecías en realidad, solo
parábolas.
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