relatos, apuntes literarios...

jueves, 12 de noviembre de 2015

adéntrate


Muchos poemas forman un paisaje: adéntrate.

Muchos poemas juntos pueden formar un libro cargado de razones, casi en su punto
de cocción lingüística. Los autores célebres hacen saltar chispas del idioma, que las palabras luzcan
y las frases aumenten de tamaño hasta invocar a la literatura.

El paisaje es otro ambiente, uno festivo en el que reina la oscuridad de los poetas
(no la de los poetas muertos que se trata de otro espíritu), la colectividad andrógina y medio catatónica de los poetas,
la comunidad bastante melindrosa, miedosa, algo cobarde y propensa. El paisaje te lleva
inexorablemente a la perdición -literal-, el extravío, niño perdido entre dos aguas, en la ciudad, en el maléfico parque
congestionado de hombres solitarios con ideas perversas, perros vagabundos. Ese desencontrarse
y mirar hacia arriba, al cielo que sonríe y reflexiona (cobardemente)
sobre la eternidad.

Los autores robustos manejan la coherencia interna de la obra para ganar torneos
de ajedrez estilístico, ¡ah!, trofeos otorgados por sus pares tan idénticos. Miran al tribunal como por la mañanas
se miran en el espejo del hall, disfrutan de la camaradería.

Ahora resulta que Jessie ha salido a pasear por el paisaje, se adentra, con esos tacones sincréticos que procesan
toda la información de sus caderas, descargan ráfagas de contoneo veloz. Ahí van sus ojos
verdes delimitando parcelas de sonido: un agudo porque la tierra es suya hasta el fondo arbolado del suburbio.
En el descampado solo se puede fumar, y es lo que hace; fuma
tabaco rubio -que la contradice- y se pone de puntillas para ver el humo que penetra en la atmósfera y secuestra el calor.

Praderas bastardas, plácidas planicies, la llanura ex-habitable al pie de la montaña,
con sus cabañas de madera roja y su tejado arquitectónico. He ahí una prueba del arte
que se inmiscuye sin haberlo llamado, un arte mal traído, ni trajeado, con sus pantalones vaqueros diseñados
por una quinceañera. Hay también un jarrón que lo han despedazado dejándolo
caer, esta es la verdad, el quid del arte: el desmembramiento de la realidad.

Jessie está en el paisaje como en su discoteca favorita. Su peinado es una fresa,
su rostro ha adoptado ya varios tonos de piel. Cuando suena la música los poetas se intranquilizan, quieren algo clásico,
bizquean como rapes fuera del estanque, mozartean su ritmo como angelotes tímidos.

Estos poemas forman el paisaje (aquí se nace). Imítala y no temas. Acércate al milagro de la soledad.




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