Muchos
poemas forman un paisaje: adéntrate.
Muchos
poemas juntos pueden formar un libro cargado de razones, casi en su punto
de
cocción lingüística. Los autores célebres hacen saltar chispas del idioma, que
las palabras luzcan
y las
frases aumenten de tamaño hasta invocar a la literatura.
El
paisaje es otro ambiente, uno festivo en el que reina la oscuridad de los
poetas
(no la
de los poetas muertos que se trata de otro espíritu), la colectividad andrógina
y medio catatónica de los poetas,
la
comunidad bastante melindrosa, miedosa, algo cobarde y propensa. El paisaje te
lleva
inexorablemente
a la perdición -literal-, el extravío, niño perdido entre dos aguas, en la
ciudad, en el maléfico parque
congestionado
de hombres solitarios con ideas perversas, perros vagabundos. Ese
desencontrarse
y mirar
hacia arriba, al cielo que sonríe y reflexiona (cobardemente)
sobre la
eternidad.
Los autores
robustos manejan la coherencia interna de la obra para ganar torneos
de
ajedrez estilístico, ¡ah!, trofeos otorgados por sus pares tan idénticos. Miran
al tribunal como por la mañanas
se miran
en el espejo del hall, disfrutan de la camaradería.
Ahora
resulta que Jessie ha salido a pasear por el paisaje, se adentra, con esos
tacones sincréticos que procesan
toda la
información de sus caderas, descargan ráfagas de contoneo veloz. Ahí van sus
ojos
verdes
delimitando parcelas de sonido: un agudo porque la tierra es suya hasta el fondo
arbolado del suburbio.
En el
descampado solo se puede fumar, y es lo que hace; fuma
tabaco
rubio -que la contradice- y se pone de puntillas para ver el humo que penetra en
la atmósfera y secuestra el calor.
Praderas
bastardas, plácidas planicies, la llanura ex-habitable al pie de la montaña,
con sus
cabañas de madera roja y su tejado arquitectónico. He ahí una prueba del arte
que se
inmiscuye sin haberlo llamado, un arte mal traído, ni trajeado, con sus
pantalones vaqueros diseñados
por una quinceañera.
Hay también un jarrón que lo han despedazado dejándolo
caer,
esta es la verdad, el quid del arte: el desmembramiento de la realidad.
Jessie
está en el paisaje como en su discoteca favorita. Su peinado es una fresa,
su
rostro ha adoptado ya varios tonos de piel. Cuando suena la música los poetas
se intranquilizan, quieren algo clásico,
bizquean
como rapes fuera del estanque, mozartean su ritmo como angelotes tímidos.
Estos
poemas forman el paisaje (aquí se nace). Imítala y no temas. Acércate al
milagro de la soledad.
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