Aquí se
nace. Antes del poema fue un sonido. Antes, el poema fue un sonido. Un corte
limpio
de horizonte; ella en equilibrio sobre una línea infinita, caminando. Los ojos
rotos de mirar a dios,
de mirar
al sol y ver la luz de otras estrellas: el pozo de sus ojos
que
retiene la luz.
Iban a
oscuras todos por el estrecho sendero y el relámpago era un instrumento coral,
era un arpa de dios
pulsada
por los dedos del viento, el cielo era... El cielo era como una procesión
de
pájaros silenciosos, elegantes. Jessie seguía acodada en la barra del bar del
cielo suyo
y nadie
le había roto la nariz. Los ángeles mostraban sus dientes de oro,
carnívoros,
que amedrentaban y supuraban algo parecido a la sangre de los inocentes. Todos
bebían agua bendita
-salada
y con sabor a ron- que al final era sangre, un afluente
extraño
surgido de la tierra misma.
Todos
vestidos de negro, pero no de luto, en otra moda del espacio,
la moda
del espacio vacío, donde los espejos trinan achatados y pálidos. Y Jessie allí
inspiraba
algún
temor, alguna duda, alguna sofisticación de su sonrisa en especial, espacial,
tan
turbadora;
sus piernas convocantes, personales y hechas de felicidad. El poema era feliz
con ella,
sonreía
el paisaje atravesado de rápidos jilgueros, oh, tigres de Bengala, Ganesha
instalado
en la
consola del televisor, todo un dios también . A repetir su mantra. Era de creer
la proliferación de estructuras cósmicas
terminadas
en punta (puntiagudas), terminales ocultas para reírle las gracias al destino.
La aviesa fortuna
insuflaba
ardor a los seres visibles que refulgían torpemente contra
el baño
de claridad integrado en la escena, producido con gran despliegue de montones
de dinero y belleza. Y Jessie
se
acogía a la belleza, la cogía de la mano, se la metía en el bolso y salía a
disfrutar de
aquella
soledad impenitente (pues no le quitaban ojo desde los árboles).
Cuando
la música parecía estar desenterrando el alba, mil auroras simultáneas, nadie
había librado su batalla. Los dioses
descendían
por su escalera mecánica o en carruajes ardientes,
se
burlaban de la ley, arremetían con suma autoridad y violencia. El paisaje se
centraba entonces
en una
minoría de palabras grises, estáticas, que no cedían el paso
ni
soportaban lenguas de fuego, palabras milagrosas contrastadas en el aula
secreta, pinchadas en la última disco(grafía)
selecta,
el claro donde el aire se comportaba como una rebelión. Jessie afinaba su
hermosura
distinta,
su infancia dolorosa y traía bombones en el alma. Su alma retirada, sola entre
las almas,
entre falsos
destellos de eternidad y júbilo: para escucharla, oír su respiración (adivinar
qué
sueño la despierta: partículas de seda y un valle creador).
Aquí se
nace. Se inventa una vista panorámica
de la
nada existente, lo que podría ser. Jessie ha vuelto a soñar. El mundo está
invitado a escucharla y mirar por sus ojos de artista;
mira, hay un
dispositivo en la pared que permite ver el mundo con sus ojos, que permite
restaurar
la velocidad normal del pensamiento y que los pájaros transiten al mismo tiempo
por su mirada líquida,
el campo
realista que forma la marejada de sucesos que la envuelve, permanente y
onírica, engañosa como
un
milagro, una cruz dificultosa, un verso hermoso
escrito
en el latín vulgar de los amantes.
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