Cuando
canta
su voz se
hace al vacío, se hace un vacío
en su
voz; la habitación enorme se llena de aire puro
y ausencia.
Los materiales se definen por su escasa raigambre, su falta deportiva. Hay techo, pared. Cuatro
paredes,
un lecho de hormigón. En la esquina un balón de baloncesto mira hacia arriba
(con
razón). Insectos tampoco hay, pasaron a mejor vida, algunos trajinaron sus
vidas cortas
a todo
tren. Las apariencias engañan, el mundanal ruido abre los ojos para decir que
no, que no está ahí,
que no
hace frío ahora. Ella lidera una facción de semidioses, programadores
ariscos,
literatos de pacotilla también. Ella comanda un núcleo de conciencias hermosas,
libra su batalla contra un rebaño de héroes.
Al
cantar, el volumen del tiempo disminuye y se agranda la fatalidad, el ingrato
contexto del futuro. Ella
frunce
el ceño con una sonrisa atenuante; ha aprendido a morir
en cada
verso. Cada vez que suspira se vacía una plaza
(de
corazones). Los corazones vuelan como mínimas abejas, gorriones tímidos,
esquirlas de metralla o dientes de león.
Esta voz
no contribuye a la misión del arte ni corresponde al eco de la tierra;
su voz
es el fracaso de la naturaleza, el triunfo del amor. Hay una canción
que no
se arranca sobre la piel de la mañana; las ventanas permiten dar forma al
espacio donde las musas bailan
su
ballet. El poema funciona después de la prueba, la escaramuza micrófono en
mano.
Vuelan
las rimas, representan un deseo. El demiurgo sonríe.
De la
nada, ha surgido un método impensable, un silencio que nadie quiere ver. Parece
una paloma y no lo es,
parece
un gallo cómico, una esfera perfecta. No se escucha su pequeño arte
hasta
que un frente de claro pensamiento aborda la escena, percute contra su garganta
como una bala de fuego,
silba
una melodía tan fuerte como el soplo de la máquina.
Ha
escondido su alma, ha puesto el alma en lugar de la tremenda soledad,
un punto
en su correcta dimensión, proporcionado y cálido. En esta inapetencia de la
soledad, ha dejado caer un soplo
de luz: el
sábado anterior al beso, otro día de la semana anterior al espejo y sus
promesas. Suena
un poder
de infancia, una función de pascua, los árboles derraman su estruendo y la voz
concita
montañas de historia, se permite el regalo de la náusea, aborta la carrera del
crepúsculo. En el fondo,
no hay
espíritu aún. Todavía no ha muerto la inocencia ni el amor
ha
encontrado asiento en su belleza cruel.
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