Pasa,
amor. El pensamiento está acabado
como
fantasía. Su elenco desmerece, no fascina. El amor ha pasado como hacia la soledad,
con esos
pasitos
cortos como hacia la piscina, el agua fría, el agua entre los dedos de los
pies. La música
se ha
deshecho las trenzas, ha empeorado desde que arrastra cuatro latas vacías de
cerveza,
coche
nupcial. A tocar el claxon sobre las tres de la mañana
y nadie.
Las chicas con sus transistores. Nadie.
Jordan lo
siente: pasa, amor. No importa
que te
hayas despertado hace un segundo, o hayas visto la luz hace una primavera. La
suerte es que hace una primavera
para el
aire, para el baile; y los jilgueros se estilan entre ramas de lluvia: el
tiempo
debería
mejorar ahora.
Esa
pareja que se besa en la distancia. Ahora que el tiempo está cambiando, que ha
cambiado la forma
misma de
los besos, ahora solo con los ojos. Que los labios han dejado de ser héroes en el
espejo. Ella
mira por
encima de los hombres; hasta el futuro, sus ojos se resarcen, vislumbran el
rapto.
El
futuro permanece insomne, en sí, distante pero neutro
acostumbrado
a protegerse. Hay construcciones mentales tensas como cables de obra. Obras
que
parecen cárceles, dos líneas de poder y una mentira interminable.
La farsa
se contrae, dondequiera que duela; se presiona la herida
y los
quejidos forjan el carácter como si fueran besos inventados. El duelo es el
estigma y existe porque su ámbito
comprende
una gran cantidad de pareceres, ilusiones que funcionan y hacen temer
por el recuerdo.
Es igual que la nieve, el amor.
Nieva y
el planeta se rompe en mil pedazos únicos.
Pasa,
amor. Jordan a las puertas de la felicidad. Sube las escaleras de su casa. Sola
contra un cielo gris;
el frío
no se muestra, todavía hay enjambres, mariposas, rubor. El néctar
aún
respira dentro de la noche. La belleza es el aura, alrededor del cuerpo que
sostiene su deseo
vuela
una nación de auroras. En el espejo
la luz
ama a la luz y a nadie más.
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