relatos, apuntes literarios...

sábado, 6 de febrero de 2016

cien ojos a lo largo de las almas


Cómo que el parque no existe. No es posible. Para Jordan,
que pasea, es posible. Para Jordan es posible que los árboles no permitan ver el mundo
como es (¿cómo es?) Esto no es pasear, es una exploración con salacot y escarda, una aproximación al paralaje,
la idea de medir el cauce del arroyo, la posibilidad de estar ahí como una roca
en Central Park. Aquí todo es central: el país, la memoria. En realidad, hay un espacio que contiene,
un continente del que no se puede escapar.

Un día montada en un automóvil de los últimos, última generación, abollado y sin faros, mirando por el retrovisor,
el cañón de una pistola asomando la mirilla por detrás del escenario,
el cuento de nunca acabar. La gente no estaba y eso que salía ganando, y no había marías magdalenas,
no había niños arrimados al fuego de la gracia. Solo un chucho más bien gris. Llamado Gris.

Dicen que no fue así. Fue bajo el árbol que todos conocían, ese tan publicano, el dichoso árbol
gigante que arropa al mundo; qué avatar. Es pasearse sin disparar un tiro: una aspiración legítima. Saludar, incluso
llevarse un dedo distraídamente a la visera, con educación.

Ayer Jordan fumaba despacio en la sala de espera del colmado. Esperando el encargo.
Habrá que trajinar un ligero envoltorio, al peso: unos cincuenta gramos. Sin preguntas. Entregar, darse brillo.
La canción de un jilguero difícil de silbar, el enésimo amago de tormenta. Ahora la lluvia ha borrado su peaje, sus pasos
tímidos entre los cascotes, restos de una casa derribada.

Ocurre que la vida
se ha puesto de un verdor insoportable. No hay sangre que resuelva ese doble carpado de la naturaleza,
la escarpadura precisa, recurrente en toda encrucijada, también en el camino verdadero. Hacia ninguna parte
hace falta una brújula de tierra, el artefacto para crear fortuna o recrear el ansia. Es avanzar
cien ojos a lo largo de las almas, sentir la pulcritud del inconsciente perfeccionando su papel en otro pase de éxito. Jordan
ha cantado para sí y eso es lo impresionante. Necesitaba oír que era imposible, pero su boca ha pronunciado
un tiempo nuevo, ha ondeado la bandera del amor sobre todo ese terreno
inundado de vastas esperanzas. Pues su belleza reclama el mismo trono de sustancia aérea, el intratable vuelo de la aguja.

Sale el sol. Excepto en tantos corazones arrumbados como sólidas arpas
en el telar de la melancolía, su retiro honroso, la casa de socorro de la forma
adonde llegan nítidos aquel olor a carmín de la locura, la acetona del miedo y el oscuro perfume de la imaginación.




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