Unos se
empeñan. Tienen la vista puesta. Pero no terminan de ver el futuro.
Perseveran
en un ritual que no es el suyo. Hoy el tráfico cruza inmisericorde la avenida,
los toyotas arrasan
el
asfalto despojados de toda clemencia; el sol ha decidido estancarse,
rezar
sus oraciones. Ancianos que arrastran penosamente el carro de la vida,
estudiantes desarmadas,
niños extenuados
bajo el peso de la ilustración. El sol
ha
decidido comprarse una antena parabólica con traductor simultáneo, la sombrilla
más
grande del mundo. Por la avenida el polvo libera la posibilidad
remota
de un milagro en condiciones, no como ayer.
Con el
alma en las nubes, envasada al vacío, empapada de sueños
como si
no fuese a haber un pasado mañana; la humedad de la altura, portentoso
contraste. Jordan
se
figura. Su figura es un ente calcado en el espejo, demasiado risueña,
demasiado
bonita para este atolladero.
Pasear
es un factor de riesgo, como besarse en los portales, cogerse de la mano y dar el
salto. Los charcos
están
para quedarse, invisibles al verso, en ellos beben las hadas, chapotean
gorriones
y otros espíritus. En la carretera zumba el calor, los motores confiscan kilos
de soledad,
onzas de
pánico. Al por mayor, nadie mejor que ella, que revienta las cajas
con
tanto detalle. El prodigioso toque de su mano enguantada,
el roce
de su vientre en la frontera.
Hay que
oírla reír y entonces
se abre
una puerta en el espacio, ¡oh, potros en estampida!, seres alados; una puerta a
la realidad.
Novelas
del oeste acabadas en salmos, su acento detenido en cada
sílaba,
dibujada su sombra intermitente; su nombre en marcas de agua distribuido
por el
lienzo, mil copias de su rostro en las esquinas, paneles luminosos y radios
apagadas.
La
belleza puede variar el curso de las ilusiones. Su imagen es un tesoro
bendecido por la luna, qué ricura,
fuego despegado
del arte. Y los ángeles fueron decorando las cúpulas, se fueron
acostando
en el yeso como mariposas muertas. ¡Tanto por hacer!,
el
trabajo a medio hacer, sin hacer, deshecho, el trabajo de una eternidad fingida
declarado
no apto para qué. Ella y su responsabilidad, la promesa de una retribución por
el poema (y el retraso
habitual):
situada en un orbe de palabras sinceras, olvidada
de su
divinidad y su estoicismo. Ella en su nombre, con toda la razón.
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