Dentro de una noche sin alma, el
glorioso coro de las lamentaciones, voces que purifican
el silencio. Ella, muda como un
retablo, solo dotada de sed para satisfacer el precio de su espíritu.
Ha traspasado el umbral de la memoria
con un libro entre los dientes, ha cabalgado
a lomos de un Pegaso irascible,
invitada al lujoso manjar de las estrellas. ¡Oh, cuerpos
celestes, héroes de gravedad!
Prevalece la insignia del Zodiaco cerca
de vuestra cabaña, el hogar
adusto que resguarda los sueños y anota
de su puño la modestia del tiempo. Jordan a la orilla de Walden,
atesorando impactos, repentinos antojos.
A recorrer
South Presa del brazo de un ángel incómodo. Desviarse
del camino recto y profanar la mesa del
padre, entrar al templo con los zapatos sucios de haber bailado; de haber
besado, relucientes los labios,
propietarios nativos de una parcela abrumada por el llanto. Una revolución
atornillada, boca a boca, tumbada sobre
la hierba como una sombra que alumbrase desiertos.
Vuestra sierva, hija de los hombres. La
que suprime la estación del viento. Pudiera ser un salmo,
trina como el aire por el ojo de la
cerradura, un canario doméstico
enviado al azar; rosas de madera usadas
para desposeer al cielo de su esencia. Hay que quitar la mesa
antes de salir hasta la madrugada, hay
que lavar los platos antes de volver
del baile como una nube hermosa.
Bueno, brotó el agua de un manantial
destronado
y la primavera roció de glauco estruendo
la tierra empobrecida; el luto dio paso a la inocencia
rígida de las margaritas; ah, vestidos
y poemas, rodillas tan ligeras, besos líquidos e historias de segunda mano.
Jordan contemplaba la consunción del
alba o su despojo, y su mirada teñía el espacio de futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario