relatos, apuntes literarios...

viernes, 6 de mayo de 2016

el pequeño dios cierra la ventanilla del colmado


Definitivamente, no, no es W. Sin pradera personalizada,
el polvo arrincona al huésped, lo taladra. La hierba ha funcionado mejor en otras ocasiones, se ha prodigado
como una suave carga. Sobre el tedio de la espera prevalece una ansiedad
autónoma; esa forma de no mirarse en los espejos y no saber. La belleza
parece venir de otro planeta, de otra planta, parece
acurrucada en un rincón de la persona aguardando la misericordia del tiempo.

Oh, su belleza es ideal, debería pronunciarse esdrújula grave, con devoción atenta, debería
proclamarse con toda la piedad del silencio en un solo país, de la garganta: digna región
donde acudiera el arte (después del aire puro).

El viaje ha sido. Es. Ingrato, no hay trenes que lleven tan lejos, ni siquiera
en la vieja Europa. Pasan los estados como del líquido de una lágrima suya al puerto espiritual
de estar a solas, ese tipo de transiciones de fase. Y la familia que pesa como una exhalación; rápida como un poema,
sufre las consecuencias de su continuidad.

Es como estar viendo a Akua Naru sentado en el sofá (tal espectáculo maravilloso). El lugar de carretera que no admite la entrada
–“reservado el derecho”– se reserva el derecho a despojar, el derecho abusivo que restringe, usurpa,
se arroga un procedimiento crudo, su odiosa legitimidad. La lentitud
de los días de invierno frente a la chimenea, contando estrellas. El hogar, entonces,
es una bendición de las peores, corresponde a un panorama inmenso y nada acogedor.

Es tan bella que extraña. Su inocencia es la espiral del universo
partida en dos. Sus labios son dos clases de demonios, uno es el ángel de la fresa y sabe a sangre cuando lo tocas.
Dicen que el infierno tampoco es una habitación enorme. No es un piso
de soltero para fumar y sonreír.

En la ciudad, alguien conoce su destino y ella gatea a ciegas hacia allí, garabatea un catecismo
antes del primer amor, se pliega a la multifunción de las luces transparentes. Ahora, sube a un auto
en medio de la felicidad. No se atreve –todavía. Los besos pasan rozando su talle, perpendiculares a su risa por venir,
las rosas han entrado a tiros por la ventanilla abierta y su perfume
es una crítica sorda a la ignorancia del mundo.




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