Ella es hermosa como un pequeño diablo;
una calada y aguanta el humo, se hace un mascarón
de proa. Aburrida las tardes
de domingo, iza la bandera corsaria y le da una
patada a la calavera que anda siempre por ahí. Si tuviera
su propio agente de la condicional sería tan rocoso
como el de Max Dembo.
En la ficha del correccional su rostro delata una
infancia borrosa,
honrada. A salto de mata, a hostias por la calle.
Ah, pero un día encontró un libro en la basura
y luego buscó otro y al tercer día entró, como
Jesús, en una biblioteca.
Leía hasta que se le cerraban los ojos y los chicos
del parque no sabían qué pensar.
Leía a Pushkin y a los judíos, a Dostoievski y a
los judíos. Leía a Freud y se quedaba dormida.
Los poetas –que andaban siempre
vigilando sucursales bancarias como auténticos
calaveras– dominaban el ansia de reconocerla y hacerle un homenaje;
uno de ellos recitaba sin duda poemas amables,
escribía de derecha a izquierda
o de abajo arriba con tal de parecer original (esto
porque la amaba).
Ella pone rumbo al paraíso y se queda a dos velas,
se fuma el corazón de un arco. Su corazón
es un remedio poderoso contra las maravillas de la
naturaleza. Su voz retumba
en los templos del hambre, su arte se imagina el
arte, su familia es de todo menos buena. Sin familia y en el púlpito
echando cartas a los indeseables, reina del tarot.
En sus manos una especie de novela de Jeff Noon sobrecargando sus redes neuronales de conceptos
modernos, locas plumas de Vurt (nueva droga
hipotecaria).
De modo que el agente quiere cachearla en los
portales
al caer la noche. Y encontraba pequeños libros como
la Ilíada –materia de traslado–, y gruñía: que no se vuelva a repetir.
Llueve a toda plana sobre el
periódico de ayer y ella que lee (tsunami victorioso)
tragándose los verbos con la nostalgia adecuada a
su significado formal,
¡dignándose a morir si hiciera falta!
Conmovido, el poeta se rasca el alma con una
cáscara de nuez. Entre dios y su espíritu rota el universo
a pleno sol, quemando cielo. Y los milagros surgen
sin prisa de una silueta mecánica,
romántica como si fuera la encarnación del primer
verso
o la sombra del verso que será.
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