Mirar y ver constelaciones, órbitas; ya no hay luz que lo impida. Todo
en órbita,
relacionado como las palabras en el verso. El poeta ha estudiado la
pobreza, ha sacado los muebles a la calle
para vivir mejor, Diógenes que se obrase a la deriva. Los versos le
protegen como empalizadas,
son espejos en los que se refleja el rostro de la espera, el bello
cetro de la música.
Este poeta ha escrito demasiado. Y le pesa. La solemnidad del mundo
contamina su obra. Ahora, subido a un árbol como un ave de presa, un
cernícalo inocente. La Naturaleza
se sucede inocente mientras nadie observe lo contrario. Las manos
de la Naturaleza están manchadas de odio y no de sangre. Odia el lobo a
la gacela
y la secuestra. Cuántos niños se crían en el conocimiento de la
irrealidad y el orden, en un extremo del campo
por el que ladran los trenes del destino.
Hoy circula el tren de la verdad. Es tan bello. Una muchacha juega con
su reflejo en los pasillos y entreabre
puertas y ventanas. Su rostro reverbera en un mal verso. Los panes se
multiplican, el tiempo sacia su deseo de gloria;
cuando el paisaje exonera de felicidad al caminante, alivia la carga
manuscrita de las flores:
hechas de un color fuera de serie.
Oh, Jordan ha cogido el tren temprano como una mariposa o un pájaro
leve,
como cada día. El poeta –como cada noche– ha salido al balcón de su giralda
a conocer el sueño. Vuelan
las promesas, cierta retórica actual que conmina al verbo a que se amolde
y sustituya al ingenio;
así que ¡con qué ganas acierta la melancolía en el pecho triste de la
soledad, en todo el centro! Y ya no existe
nada más allá del silencio apoyado en la sombra, un teatro
al ralentí, en exacta formación de amaneceres.
No estaba la niña de color real, suficiente color para ser Negra. Ser
Hermosa. Los ojos han cedido al espejismo,
gruesas almas apiñadas en un espacio fúnebre. ¿Debe la enfermedad ser
una bendición,
si es posible el espíritu que sana y se conduce como el aire, con tal
íntimo, estricto desconcierto?
Es tan joven y las arrugas han construido un hábito en su frente, devota
como un perro apaleado.
La poesía todo lo explica a bocinazos, a borbotones y cuadros. Una
película
muda sirve de remedio universal, de bálsamo. Milagro. Maya no está
porque ha llamado al ángel con sus manitas morenas
riendo entre las sábanas, porque reía bajo la lluvia
con su vestido hecho en casa, cosido con paciencia y un poco de amor (¡que
no se note!).
Que no se note el amor: he ahí la clave de la resistencia. La mejor
enseñanza que se obtiene del arte
y el único consejo que la historia procura sin remordimiento.
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