relatos, apuntes literarios...

lunes, 29 de agosto de 2016

star system


Cuando había un cuerpo de policía y en los restaurantes te ponían la cuenta encima de la mesa,
podías contar palomas, subir escaleras de incendios, trepar a la casita del árbol,
escalar una pantalla acústica. Luego fueron tirando las tapias a mordiscos,
se fue cayendo el mundo de espaldas como si le hubiera puesto la zancadilla
otro planeta. Antes, el aire pertenecía a las corporaciones, ahora es un producto sofisticado que se mantiene en pie.
Antes, el agua costaba un potosí.

Jordan bebe un líquido acuoso y se marcha sin pagar. Ah, la rodean
sus amigas. Su constelación está formada por una pequeña escuadra de princesas
destrozadas, como E. Ninguna de ellas se ha puesto nunca un vestido; solo Jordan usa un vestido blanco para fabricar
entidades poéticas sutiles.

Ese reloj de arena de Borges la persigue por doscientas mil esquinas
sucesivas a causa de la promiscuidad indiscriminada de la ciudad antigua que reverdece
de hierba protocolaria. Árboles incontables como barriles de petróleo para calentarse las manos;
el barrio acaba por engullirlo todo, sus bocados son profundos, automáticos y difíciles de digerir.
Hay un pasaje de humo, el pasadizo eterno por el que salen las novias.
Jordan ha puesto música negra (in memoriam) en el altavoz de la fábrica, lee novela negra con pretensiones de obra mayor:
judíos en Alaska jugando al ajedrez.

Aaliyah dura más de un siglo –¡qué pensaban? Es el estereotipo reservado a la deidad, funde
páginas de estilo con un tope de cadera, su cabello flirtea con el anzuelo del futuro,
edifica nuevos horizontes para el tiempo.

Entre amigas juzgan el poema con severidad, oscilan en la crítica mientras bailan de prestado la canción del milenio,
mientras el parque se ha hecho de noche al descuido, ha tomado una decisión
equilibrada (y los monstruos gozan de magnífica salud). Jordan recita con su voz del rap, no es un trámite:
preferiría no hacerlo. Las palabras son derivadas, todas fracasan un rato y vuelven
al redil algo cabizbajas, dejando una estela sin eco, un rastro de inexactitud.

¡Manifiéstate! –le reclaman. Y el poeta se luce, aparece por un brocado del paisaje, trasegando campo en todas
direcciones, vagueando la respiración. La balada reconoce ahora su mejor
partitura, el ajuste fino de su melodía. Jordan reposa después de volar: resulta que los ángeles
existen por encima de dios.




viernes, 26 de agosto de 2016

instrucciones para echar a andar después de muerto


Aaliyah ha muerto; reveses que compiten por el drama, sustituyen de pronto a cualquier
tiempo feliz. La luz transige mal con los excesos de la fatalidad, suele
acobardarse, se inutiliza y graba clases de penumbra, portentosos clips a proa de la realidad. La Zona se tensa
como un reloj sucio: marca la historia a contrapié y siempre
olvida el último suspiro. Reluce la carpa, la gente llega y se adocena, saca libros
que no se acuerda de leer. Los títulos de cargo son: el lazarillo de tormes y la eneida, qué le vamos a hacer.
Es el enésimo esfuerzo de la intelectualidad por resultar asequible,
romántica (también). Las palabras de mueven en otra dirección cuando la música
trance se apodera del cuento. Hay que rebuscar.

Otra Princesa como ella, doblemente ella, hay que escrutar la realeza,
su profundidad de campo. Adoptar una estrategia y un axioma. Lo correcto es vigilarse,
comportarse como un protagonista de relleno, con esa simpleza apabullante. Sucede que las palabras
son tan largas que asumen un rol insuperable que no les sienta bien,
compiten con ventaja en según qué circunstancias.

El Rap dificulta la ensaimada, todos se preocupan por el cadáver de moda –dice Nas– y su estilo, su forma
de hacer las maletas con elegancia, sus zapatos de gamuza ful. Que si bailaba con un cigarrillo entre los labios,
llevaba un collar de mariposas de oro. Al Rap lo llevan entre muchos,
su féretro apesta a resignación o es un encanto que solo incumbe al mesías y su guerra
fatua. De costa a costa salpica una ráfaga de soul. Ahora es un escándalo.

Este día es un Escándalo en el parque. Los pájaros caen como témpanos de hielo, así,
exactamente como dijo el profeta (uno de ellos). A los chicos no les gusta celebrar,
acuden indignados y distintos, enormes fuera de la cotidianeidad, dragones hasta las cejas, augurios formulados por el druida;
no admiten el ritmo que no da de comer, la sed que provoca. Hasta se sacan del bolsillo
un libro de bolsillo y gesticulan al gusto del volumen pelado, aprenden
idiomas para traducir a Emily, esto es, se relamen de pincharla en su lengua materna como escritores nativos.

(Al parecer) Jordan ha recogido el guante de la especie, una especie de guante que no pesa nada
pero abulta como uno de boxeo. Esa multitud a la espera, dividida en clanes que se estorban por los siglos.
En general, atrae su austeridad, ese peligro inmanente, su voz casi real. Los bloggers toman notas y miran a cámara,
preguntan y miran a la cámara averiada. El mundo se ha estropeado
porque Aalilyah ha muerto en su mínimo espacio, el espacio infinito entre la rosa y el fuego, entre la hierba y el sol.
Y no hay libro que eche a andar de esa manera.




miércoles, 24 de agosto de 2016

jordan sin tiempo que perder


Llueve misericordia, viene, pues, un domingo pasado por alma.
Durante el funeral del jefe de departamento, el director de recursos humanos
recurre –sin éxito–  a la humanidad del difunto, los empleados murmuran, esto se alarga,
el tiempo se estira relativamente como en la cola de la mesa electoral, ante el semáforo en rojo, como en el entierro
de otro don nadie con escrúpulos.

Es intrincada la senda de la realidad; que se conjuga en sus términos opacos,
linda con el recelo. Una pareja de biks escolta al viejo, que se tambalea pero manda, no necesita escuchar.
Con el tiempo, todo se va impidiendo, todo se persigue. El humo ha revolucionado la manera de pensar de los poetas;
ahora, suman con los dedos y llevan en la mochila una bombona de oxígeno.

Fuma. Jordan. Fuma como si no hubiera un mañana, expulsa el demonio de sí, se expulsa
de sí como una broma y vuela trastornada por la música del piano; algo eléctrico tiene lugar en su memoria,
se disputa su aliento. La parte del amor ha permanecido tras el góspel y la troupe
consiguiente. Aparca su novela formal –es Michael Chabon– y se pregunta por el crudo exilio,
la vecindad y el teorema del miedo. Ha conseguido una plantación bien a resguardo del motor legal y su trastienda,
protegida por un ser supremo congelado en su imagen del mundo con un trago de vodka
en la garganta.

Pasa el domingo y se aburre la sombra; uno se dice:
he leído ya el periódico de hoy, he desayunado y tengo el estómago revuelto de tanto caminar hacia la luz.
Los perros tienen la respuesta, nos triplican en número, son dóberman de Bucarest; este Gris,
mezcla de Cerbero y Mason-Dixon Line, materia prima, orco amable, tiene arrepentidos a los ganefs del barrio,
que vuelven la vista cuando llega gruñendo (nada personal).

Lluvia contradictoria, vamos a contar las cruces; en la radio de ayer Rhiannon interpreta su intensa
balada, ha resultado ilesa de tanto coleccionar fantasmas, acaso fantasea esdrújulas de hielo
natural. Nubes en masa y críticas acerbas, lúpulo y carmín, ascetas de calendario, la fauna del pesebre
ocupada en su hacienda. Terminales de pánico y habitaciones vacías: así se pronuncia el entusiasmo, de una vez.

lunes, 22 de agosto de 2016

nuestra milagrosa hermana


Nuestra hermana no tiene que dinamitar el arte,
ni decidir las flores más escasas, el color dominante de una puesta de sol; no está obligada
a ser dueña de una sombra infinita, ni a quitarse en el baile los dichosos tacones de la fe.

Ella es el carmen de sus ojos lejanos, no necesita alzarse en la tibia mañana
sobre el aire tejido de silencio; significa la línea
que previenen sus labios (autorizados a morir de un beso). Como una madre
desnuda, orgullosa como el tiempo, indiferente al peligro de arrojarse despierta bajo el tren del olvido.

Ha sometido imperios con tal metáfora débil o solemne,
tal distinción cultivada en su espina, fatigada columna, dócil nervio, noble arteria
prometida a la rosa.

Sus piernas asilan el secreto, su continuidad
se advierte, no asumen la culpa de serenarse o remozar su trono, remiten a la selva frutal y el sentimiento. En mitad
de la noche han recogido una copia trágica del verbo entre la marca de la naturaleza,
peso y estribo. Darse es –contra relámpago– la obsesión por el sonido que destruye
el poema con su mazo de frecuencias,
su falsa conmoción.

Este fervor por los espejos. ¡Ah, consecutivamente hermosa! Bella en la criba ciega de los cultos profetas.
Sale de la niebla por un claro de tristeza, tímida irrumpe en el espacio
entero, mariposa reciente, ruiseñor de Marte y sus canales, sus cabellos
orlados de maleza y virtud. Como una nueva virgen ajustada a la historia. Plena y terrible,
carne y rendición sin réplica.

Del espeso color de la granada, esa eterna sinfonía oscura que mece sus caderas,
cruel con el tablero blando del estanque, la nieve propietaria de las cumbres airosas. Su palabra es oxígeno común,
el eco no se vuelca en su memoria, apenas el agua de su boca crece como delirio,
funda escuelas de realidad en una estribación del sueño.
Finge el arcángel de sus manos ausentes. 



sábado, 20 de agosto de 2016

Sandra

Gordon Parks


Sandra en el contrapunto del paisaje,
sobre la Historia, lívida y entera,
frente a la misma seca calavera,
el mismo grupo pálido y salvaje.

Sandra tan bella al emprender su viaje,
tan inocente como si creyera
que dios existe y lleva una bandera,
barras y estrellas, cinto y correaje.

Sandra en el centro de las oraciones,
al límite del verbo que define
su legítima acción liberadora.

Asesinada en todas las prisiones:
al fin, no existe dios que no asesine
ni bandera más digna que la aurora.



domingo, 14 de agosto de 2016

qué afortunado


No es amor tan fuera del amor, tan lejos del amor. Este amor que pretende no estar
solicitado, que está en otro planeta donde los besos caen
del cielo como lenguas de fuego; yace en las dos dimensiones de su alcoba oscura contemplando la vida por televisión,
el beso largo de los amantes en el cine,
escuchando la guerra que trae olor a herida seria y moscas en la piel.

En la página no cabe el desenlace. Alguien promete renovarse o nacer:
qué afortunado. Alguien que jura con una mano sobre la vergüenza, niega cien veces su condición profana,
se parapeta tras el hondo destino con la parsimonia que aporta la primera
traición. Delator de sí, Judas de su constancia.

No es amor, hay que ponerlo por delante del verbo, por delante del alma
y del ramo de rosas que permanece en su centro; el verbo ha descreído su importancia, su eco
remonta campanarios, asciende torres sin bandera, murallas de carne.
Hay que leerlo en voz alta
(del catecismo), hay que soñárselo al oído de dios.

Puede que el amor no exista porque lo dice el hambre con esa boca grande que le viene. Que no exista el amor.
Este mundo comprende extremos donde la noche produce
filtros y tragedias, los relojes asustan, brillan las miradas con restos inmortales
de luz solar. Pues, ¿qué materia engrosa los corazones, decide qué parte del día
ha caído en desgracia?

Quizá los trenes fueran,
siempre que no pasaran –lentos– por el campo…, el espejismo romántico, cuna de inevitable sordidez, distancia
prodigiosa. Amor entre dos países levantados en armas,
subyugados y tristes. Se advierte en la escritura que silabea la pluma y su trinchera absurda, su clase
media de atreverse a no llevar razón. Toda la tierra es poca para sembrar una gota de sangre,
cuando se ha plantado una pesada selva de miembros cercenados, ríos de tinta
negra han regado las alas de los héroes.

No es amor hasta que no ama al fin de su carrera (y su historia), no es amor
pero siente la cordura del fuego, la sobriedad del sello que revelan las manos de la naturaleza,
la infinita protección del olvido. No es mejor, pero ama
porque recuerda que el primer desengaño es siempre el más completo,
el que llega hasta el hueso de la felicidad.




viernes, 12 de agosto de 2016

grupo de silencio


Entra en la oscuridad, recta hacia la barbarie; sus pasos adecúan el ritmo a la necesidad de un plan
destinado al espanto, la traza histórica de la redención. Cautelosamente,
se adentra en el espacio a ojos ciegas, con los dedos extendidos tantea el egoísmo de la bruma, su pasmosa
determinación. Hay una luz al fondo de la vida, se ve
rodeada de sangre, almas palpitantes, brújulas. La cruz todo lo señala: una cadena
montañosa, un vértice, el sucio terreno de las fotografías. Años treinta, era más fácil morirse y acceder
a la soberana claridad de los recuerdos. Años veinte, el nuevo tomo de la enciclopedia
resume el siglo. Otra gramática es posible. Jordan lo sabe y lo comenta, estipula sus graduaciones, refuerza los puntos comatosos.

En la niebla, otra hierba
hay. Que disiente del mato grosso inicial y sus diatribas
como de las praderas del búfalo comanche. Se puede pisar, se puede comer, su aroma remite a la salvación de los rehenes,
la disección del reino. Ligera como el terciopelo que protege los nidos, sin ayuda,
alígera en alguna fase de su corazón, respirando el cociente del aliento divino, su balada.

Qué ingenua, el cofre contenía un pergamino huérfano, enrollado en su propio
contexto: indescifrable. Era para sentir el mensaje y sus contradicciones; distintos niveles de significado
para darse de bruces contra un grupo de silencio.

Como ella tiene sus preferencias, espera el bus taconeando un poco, fuma y suspira
con tenebrosa eficacia. Aduce una ética que frunce su paraguas antes de que se eche a llover. El agua forma un manantial
hermético. Pasan por el monumento al iris y tuercen la avenida que no tiene lugar; llegan al convento
donde ronca el diablo vestido de azabache. No hay problema: no existe esa especie de infierno que se busca
en la materia exótica, ese grumo o rumor que anima tanto a los esqueletos al baile,
afila los tentáculos, tiende la mano como quien recoge el guante, se bate y muere.

Mediocridad y falsas intenciones. No puede ser la misma canción
–himno inclemente–, no puede ser que asomado al balcón se encuentre el mismo gang de la autopista,
el tirador de Dallas o su viaje al pasado. El tiempo apremia, apelmazado,
Jordan insiste en diezmarse al cruzar la eternidad, da un bocado demasiado grande al paraíso y los espíritus
riman su osadía, se la rifan con odio, que es una forma atroz de enamorarse un poco. El aire queda
atrás, como una semana de vacaciones;
luego, comienza el incendio –dicen los ángeles: donde lo habíamos dejado.



Matt Black