Como un poema si tuviera sentido, un retablo de rosas cardinales,
así suena el amor. El dulce amor ha surcado el continuo despertar de
los astros, ha modificado
su romance. Se corrige y es perfecto, yerra y luego. Despierta. Ahora
despierta y es una mariposa en la órbita
de un tiempo profano, muere para volver a morir. Muere y nadie más.
Nace en el parque el sonido correcto, se estremecen la pérgolas, noches
de penumbra
caen como telones de abril, coronas de difuntos con sus estelas
doradas, sus letras de pasión. El poema siempre ha pertenecido al
trance, ha sido nombrado en los umbrales más sórdidos
de la construcción, deconstruido y vuelto a rematar con gracia:
castillo de arena con tejado de zinc (para entrar a vivir). La barriada
tuvo su momento y su distracción
aquella, su querella popular y su quebrantamiento. Las muchachas
cruzaban la calle sin mirar
al cielo, robaban clima en el supermercado, eran azules en secreto.
Hoy Jordan se ha levantado con el pie derecho y se prepara para dar
el contrapunto a la melancolía común,
parar obrarse. Sin maquillaje, la cara lavada, peinada contra una drusa
escénica,
con un verso roto entre los dientes y una forma de pensar. Lo de nunca:
a departir un hueso, a sembrar
monedas en la máquina de frustrar realidades.
Su amor a la distancia que tarda un poco de luz, un sello de luz
comprometida –carpe diem– con el Arte. ¡Espera!, que el Atlántico le ha
traído un regalo a las doce en punto del reloj:
lo abre y encuentra un refugio interior, hueco como en otra catedral,
altura y garantía, el campo superpuesto que genera partículas seriales,
besos en honor a sus labios desarmados.
La canción ha dicho amor sin decantarse, sin levantarse del desfiladero.
Por eso los poetas mueren jóvenes
aunque vivan cien años, porque el verso estimable apenas rubrica la
herencia leve –decorado genético–
de una vida envasada al vacío, desperdiciada y todo, y, si luce, no
sirve a su propósito,
si suena como una balada elegante, no sirve a su patrón. Literatura y
vida
juntas por el mundo, héroes de Crews, líderes paranormales.
Cuando el Cantante de Gospel llega a Enigma hasta los perros saben qué no hacer. Cuando Jordan
entra por la puerta del poema (ensayo general), la población aumenta en
un segundo; los ruiseñores pintan un arco iris
pasado por la batidora del ritmo y las chicas rodean el cordón de las
palmeras como si fueran a sacarse una fotografía
sin dejar de reír. Dulce Amor, corazón carbonizado. Y sin dejar de
reír.
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