Donde el novelista pontifica el caos, el poeta advierte un orden
superior. La realidad,
a pesar del segundo principio de la termodinámica, de la historia y el
cuento, muestra un control exquisito de sus componentes legales: leales
materia, espacio y tiempo. Tan es así,
que el poeta
debe recurrir a la ensoñación,
la metáfora y el pasado vuelto del revés, trucos de enviado especial,
añagazas leves,
inquisiciones sin retablo y brujería doméstica, para enturbiar la
disciplina de la física, la endogamia de su ley
de leyes, la constitución inmutable de su escena.
Intento y compilación de pareceres, de caracteres únicos; el poema
reviste su envoltura de membranas
cósmicas, se presenta en fila india de signos
pisando la moqueta del lenguaje con las botas sucias de haber estado en
silencio
durante una eternidad de ingrato alcance. La pretensión del escritor de
éxito, su manera de calzarse las palabras
a la fuerza, de dibujar un corte transversal del opresivo ambiente y su
corona,
su altanería prosaica; ah, él ordena los productos auxiliares, coordina
puntos cardinales, ajusta los patrones de medida,
establece pautas alejandrinas para toda la naturaleza, caminitos de
asfalto.
Jordan habla con el poeta, que sostiene
un monasterio de emociones adversas, es
el contrario por definición. Ahora lo ha focalizado fuera de sitio, con
los pies en la tierra, pero no le pregunta
por el verbo, por el verso ni por la compensación. Oh, es que quiere
contratarlo para un evento
furioso cualquiera, un recital enamoradizo que tiene programado entre leones.
Se nota un poema decadente, indecente por la parte que le toca; sugiere
dobles figuras, doble pareja de ases y renuncias, algo para soñar. El
primer verso apuesta por la sensación,
se contiene como una línea de puntos suspensivos o un cordón
policial, hace pellas de significado, es una figura literaria común
que, sin embargo, abarca
un prieto universo de pantallas tristes.
Donde el novelista sanciona el caos estridente de los sucesos armados
de simultaneidad y relativa conciencia,
el poeta conserva la razón, aguanta el tipo como una estatua
bajo la voluminosa lluvia de abril, reivindica la forma frente a las
correcciones. Si Jordan ha visto
nacer una obra maestra mientras se comía el bocadillo de mañana y no se
ha desmoronado
el cielo sobre su divino gorro de lana blanco y rosa, si ha escuchado
la explosión de un millar de ilusiones sin retorno
y ha retenido en su memoria un desfile de legiones pacíficas. Ya sabe
que el amor
es solo una presencia en el tiempo, apenas se conjuga en el más
recóndito futuro perfecto de la soledad.
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