Solo un ángel, débil a causa de su infinita trayectoria;
su descenso a una tierra que prorrumpe en rosas y banderas. Desconocía
los celos,
por más que de ellos le advirtieran los déspotas, no iluminaba su
belleza otra cúpula que la sostenida
por una pluma de jilguero, de ruiseñor, una pluma cualquiera,
columna sólida para la palabra y el bronce. El busto atlético de una
heroína
alzado a la atura del pórtico que se intuye entre la bruma y el aroma
profundo de los arces,
donde los mitos aguardan la puesta en escena de la oscuridad.
Bello ángel de piernas sepultadas en la humareda general de siempre,
con la tumba a cuestas, la fosa a la espalda,
una de tamaño real y modesto volumen para el cuerpo de la humanidad. Un
ángel es un alma a una vuelta de tuerca del amor,
(rosada, insustancial, tan sabia). Pues recordaba todos los nombres de
la historia, desde el primer patriota hasta el último soldado
muerto en vísperas del armisticio, enterrado en falso bajo un osario de
buitres pelados y constelaciones.
El cantante de gospel y sus hermanos empezaban a construir una iglesia
de trapo para ella.
Para condensar un ángel, invocar su forma, desnaturalizar el espacio en
torno a la aparición y sus medidas concretas,
osar, atreverse con el susto metido en la memoria, y la carne tendida a
la espera de un gramo recortado de sol: para interpretar
un ángel descrito de semejante manera: orlas y bondades, el bautismo
del agua en las manos del río, en las pestañas
tibias de la fuente, oh, gracias a la entereza de la charca y sus
habitantes, la petulancia
onírica de las amapolas libres, el contoneo atroz de las especies que
se reproducen a pesar de las circunstancias
adversas. Esto es, un monasterio asediado, distraído a las nubes,
rodeado de abejas misericordiosas
portadoras de letras de neón.
Jordan no invoca nada, pasa, está en la foto, se anuncia sin desearlo,
funciona como otra propuesta infame
de la realidad, su voz retorna de entre los vivos, eco que renace y se
transforma en el remedo exacto de tanta
soledad. Es la noche la que propone el milagro, la que induce y
regurgita pociones
y mensajes y distribuye acciones adecuadas a la impasibilidad del
espíritu.
Solo un ángel desciende hasta el abismo, señala el vórtice celeste ajustado
a la marcha, es la promesa del mundo.
Su hermosura firma la sensación del año, avanza por el costado azul de
la montaña desmenuzando
reinos, haciendo arder. Nadie la ve desnuda en lo alto de su fama, en
la cúspide neutra del alado evangelio,
con una sonrisa en el recuerdo y tanta niebla en el presente fugaz, su
plano transitorio, sus labios transitivos, su agenda
colapsada de llamadas ocultas, su cuaderno de baile consagrado a dios
de pensamiento y obra,
a la poesía, de todo corazón.
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