Jordan y su séquito de personalidades. Esta es la peligrosa
naturaleza de la naturaleza. El parque se masifica: 100 habitantes por
kilómetro cuadrado,
incluyendo ratones y otros seres inferiores, sin contabilizar los
pétalos, las figuras de hierba ni los electrodomésticos
adultos, el ancla de robots sostenida en vilo por el último edificio
rutilante.
De cierto, los soportales son el mismo averno; por allí deambulan
ambulancias sin chófer,
máscaras sin cuerpo, elefantes del circo y monos correosos,
también los chicos malos de una película sin dogma.
Jordan finge una
parada militar, cien hormigas con sus cascos
de combate, 100
habitantes por centímetro visado. En el cubo del parque
florecen los residuos
y hay como una especie de cementerio
de prestaciones
sociales, existe una franja capital que engloba
miles de hipotecas
basura y un rescate bancario, un vertedero de entidades
en quiebra simulada.
Todavía no hay naves espaciales ni Emily Fastson deslumbra con su
endiablada autonomía mecánica
y su frescor alienígena. El ángel ha confundido, como suele, su lugar
de aterrizaje y ha fiscalizado sus cuentas en la oficina
equivocada; en los archivos del distrito se encuentra un expediente
motivado y decente con su nombre de pila
por triplicado ejemplar. El despegue consiguiente, la órbita, el
misterio,
todo el control de la gravedad y sus pulcras pasiones, la quemazón
artística
producida por un manto de silencio.
La verdad es que el tiempo dispara a quemarropa
y las chicas parecen monarcas absolutas embutidas en sus jeans de
terciopelo y su inmortalidad,
princesas en un aeropuerto inexistente.
Aparece un árbol habitado por cada mil habitantes (por kilómetro aplicado),
un solo árbol en el mapa
riguroso de la realidad trazado a vuelapluma por un ente abstracto con
poco recorrido metafísico,
es decir, un dron defectuoso. La música ahora es un híbrido entre el
recital adolescente y la pesadez intrínseca del corrosivo
metal; grandes altavoces jalonan los rápidos de la plaza que fue sobre
el terreno, jalean
al artista transitivo, héroe de los microbuses.
Jordan ha fondeado en
la primera curva
del enjambre, según
se documentan la gloria enloquecida
del ángel transparente,
su corta primavera y su lujuria;
así se continúa el
desfallecimiento puramente pronunciado,
deletreado por la
sangre que corre hacia su público de monaguillos y estetas,
reinas de la
constancia y el apuro, hijas del humo ciego y la inconsciencia, divulgadores
de espanto, lobos cómplices.
Dueña de la mejor sonrisa del estado en cien millas a la redonda,
sobre la rama del Olimpo, dentro
del mar y la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario