Arte: el productor está de enhorabuena, ha descubierto algo que ya
hacían The Roots
diez años atrás. La poesía también se ha resbalado y ha ido a caer por
el hueco de la escalera,
pero no ha habido víctimas. Ha ido a parar a un lugar mejor,
donde las rimas escuecen lo justo, los nudillos se despellejan de golpe
y las voces ocultan la ferocidad reforzada de un silencio compacto. El
arte se ha caído de bruces y se ha roto la clavícula,
el astrágalo y otros huesecillos propios de la nariz; se ha fracturado
la escayola y sobre su lienzo en blanco una simiente
atómica ha sido derramada por el cielo transgresor.
Bombardear un claustro, erigir un sinsentido solo por el placer de no
sentir, escribir una novela
honesta en tercera persona del plural, fuera de sí, arremolinándose su
estructura en torno a la peripecia
absurda de un nudo salvaje
de escritores nativos; recibir una paliza de ese grupo interactivo, carne
de presentación y tertulia vocinglera, carne
mórbida y falsaria, dirigida siempre a la exaltación (del ego).
Arte: Jordan ha formulado un deseo y su belleza se ha multiplicado por
cien, y los espejos
no entienden esa acumulación, las cámaras se ven infundidas de un pavor
exagerado, la extravagancia de su estilo
conmina a hincar la rodilla y adorarla; oh, pues se ha convertido en
una imagen,
santa movilizada en pos de la sanación milagrosa y sus contemplaciones,
¡oh, templo!, retablo de rosas inyectadas en sangre.
Todos la examinan con la emoción contenida y el desgaste
anímico de observar la ingrata culminación de un sueño preñado de
eternidad. El lenguaje se mofa de varios
sentimientos, hace burla del amor de un modo regular, emplea la
inspiración y construye un Partenón lingüístico
que contribuye al descrédito de la cultura
desarticulándose en pequeños báratros en prosa de molde angelical,
paraísos con aluminosis para
personas psíquicas despojadas de urbanidad y perspectiva.
Proclamar la extinción de la raza blanca, completar el mestizaje
forzoso de la población y mejorar sus resultados
académicos, alcanzar el perímetro más alto de la fortuna, la sinrazón
del arte en su esplendor escolástico;
abonarse a la calcomanía del soul, el turismo melancólico, domar una
adicción. La cuestión es levantar un monumento
cerca del árbol del ahorcado, sobre ruinas estatuarias y cascotes berlineses,
pensar una manera de la poesía que incluya la gran novela americana y
el brindis oceánico,
ahuyentar del discurso las insinuaciones y los giros malcriados. Llamar
a las cosas por su ausencia,
a la soledad, por su grata compañía, y al milagro que viene, por el
leve desorden de su huella en el polvo.
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