Todavía queda algún bar emocionante, algún sepulcro amable donde enterrar
el amor. Los árboles
mandan señales, contorsionan sus troncos al ritmo de la seda que aletea
la lluvia. Está el jardín arrebatado,
simulando una caída, en retroceso. Túneles bondadosos que recorrer; la
oscuridad es un regalo
detestable. Ya no se puede recoger una rosa en el buzón, nadie olvida
rosas por la calle
(ninguna rosa falta a la verdad).
Sobrentendidos, reclamos, relaciones que buscan la plenitud de la
máscara; una alameda en el campus, una habitación
dormida, sin ventanas ni rombos, sin campanas nocturnas, sin doblez. En
el bar, las muchachas
instruyen un relato emocionante, dividen su tiempo en pequeñas
coartadas, llegan a la hora de cerrar.
Jordan con un verso en la punta
de la nariz, con un beso en el cuerpo, una palabra muerta entre los
labios; su vestido floreado, su manojo de estrellas,
su corona. Cada reina depende de su estado, o depende del verso que la
encuentra. Hoy la fuerza se reúne entre
dry-martinis y litros de ginebra colonial. El buzón siempre esconde una
carta de mamá, un desinterés por las últimas
noticias del amor.
Morirse es una revolución; los viernes toca revolución permanente.
Jordan es trotskista desde hace unas horas;
fustiga con su verbo a la burguesía sangrienta, a los coroneles. Este
área es nación,
funciona como una nación en miniatura, está la barra del bar, está el
servicio, están los reservados
reservados a la soledad, a la negritud y su bandera, solicitados por la
voz y el flow, el funky que resbala
y aterriza sobre el vuelo azaroso de una moneda nueva.
Mahalia. Alguien como
Mahalia clava su profecía, y cuenta. Las buenas noches son un tesoro, caminar
simplemente contando las baldosas, restaurando en la memoria las
hileras de troncos doloridos, agacharse y tomar una mano,
una hoja seca, sumergirse en el cadáver del estío, así, de cabeza a las
trincheras.
Siempre quedará una playa de sonido incierto, un espejismo situado en
el cielo más reciente; el imponente
estilo de los pétalos, la serenidad de la tinta combinada con un rastro
de lágrimas, como el veneno que ofrece la fortuna.
Sentarse a esperar otra coronación afinando la falsa monotonía del soul,
el recitado superior, impagable y privado
de Nikki Bourbon en su mejor momento. La eternidad ha sido asesinada
por un traidor
anónimo con alias de pequeño dios. Y todo se ha mezclado en un poema
que se parece al día de mañana.
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