Patear(se) la ciudad. Donde hay ciudad. Jordan pasea –walseriana. Aquí
nadie
se preocupa, nadie atiende el mostrador de la funeraria, nadie cruza la
calle emancipada,
nadie es nadie. La calle se extiende como si de una avenida se
tratase,
horizontal y profunda, hasta la playa. Otro campo de minas bajo la
arena urgente, otra clase de hierba.
La simetría es importante/enervante, traza circunvalaciones
alrededor de una idea, la reforma, la transita para compartir su
entusiasmo
como algo físico. La preocupación trae consigo un espectáculo neuronal,
un ciempiés de conexiones equivocadas
autorizándose a cometer infidelidades (atroces). Cuando el cementerio
se aparece al doblar una esquina
y las lápidas murmuran sus comentarios (soeces) o afloran la verdad.
Qué ternura
de piernas abatidas, huesos transigentes, mordeduras felices.
Mordiscos de la noche, en plena noche, arbitrarios; personas como
moluscos, gente con libros bajo el brazo,
con cara de estudiantes de derecho. Nadie tiene pinta de estudiante,
nadie
enciende la luz de su habitación, los pasillos son enteramente súbitos
lugares en sombra, convincentes pasadizos.
Jordan fuma. Donde hay ciudad. Donde haya ciudad, depende de en qué
mundo; en éste, las casas se pudren,
caen desde lo alto de su tamaño, y el estruendo. El humo es también
espectacular, sobre todo enfrente del espejo: convoca a los fantasmas.
En el parque, la violencia es ciudad,
está contaminada, significa un estado agresivo de la materia; y los
chicos
se mueven con estiletes y gubias, venden su alma gramo a gramo.
En serio: la realidad es maravillosa. Sin preocupaciones. Antes
entrabas al bar y dejabas el día tras la puerta,
colgado de una percha como un gabán desvaído,
tan sobrio, y la oscuridad se afianzaba en tu corona como una situación
adulterada, una ráfaga de rostros olvidados.
Hay quien alimenta sus manías, cuida de sus obsesiones. Hay una persona
para cada palmo de terreno, por cada bala perdida hay un cuerpo que se
tambalea. Jordan baja la mirada
e imagina que la gente se ofusca y pasa alterada todo el tiempo, que constituye
un cisma de prejuicios
en torno del amor y las buenas palabras. Aquí, nadie se juega el alma
por un beso,
pero a cualquiera pueden romperle el corazón bajo una estrella sin
nombre.
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