relatos, apuntes literarios...

sábado, 3 de febrero de 2018

una ojeada por el hueco del arte

















Destiny contempla su conciencia (contempla su inocencia: es el poder del ángel); su conciencia,
artefacto despojado de humanidad, de experiencia y memoria. Solo en el parque, solo en la nave
gigante camuflada de verde original, tomada por un escuadrón de gorriones ingrávidos, casi divinos.

Después de tantas traslaciones, el ángel consigue la sabiduría,
puede ver, uno tras otro, una cadena de universos que se aniquila en el tiempo. Ahora se hace
pasar por una muchacha más, un ser pacífico, aunque sus ojos
quemen y su boca derrame la ambrosía candente de la perfección, su poesía
sea parte de la noche.

En el parque, encuentra personas confinadas en islas de conocimiento, titulares de sombras;
un poeta en su rama –loco de amor–, la cabeza vuelta hacia el espejo del agua, las manos quietas como pájaros
muertos.

Jordan en su balcón, deliberadamente sola, fijándose en el juego de la magia, en el hueco
del arte, en el secreto que esconde un metro cuadrado de tierra: su jardín. Las palabras escalan por su pecho
mimoso, su piel de caramelo, su reloj a la hora de cenar. Hay un poco de sangre
perdiéndose por su garganta, debilitando su cuerpo respirable,
su carne fotográfica, su manía (de amor).

Destiny desmenuza en su interior la respuesta que a nadie convence
antes de lanzarla como una bola rápida con el efecto de su brazo izquierdo, la vigorosa curva de su mirada
nueva; la verdad está en alguna lápida, por los suelos
y no en el aire que inocula el veneno tumultuoso de la vida, y no en la música
edificante de la lluvia (que
caerá).

Pulcra, nuda esencia, leche materna, lengua materna,
conciencia desterrada, una imagen revoltosa del cielo (no de dios); el alma se ha volcado
en la metáfora, se ha poetizado en exceso. El alma es un contraste que perdura, la confesión de un niño pequeño,
¡oh!, y la malicia del verbo.

Pero el arpa ha conquistado el silencio como una novia muda, ha hablado
en el idioma de la forma intacta, su voz, tan pálida como un lamento, el profundo quejido de la soledad,
cierta profesión de la materia. Algo turbio que acecha la exactitud
coral de las campanas, ese punto animal de los espacios cubiertos de nostalgia,
algo sucio creciendo en el milagro de la resurrección.

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