Como el
placer de arrancarse una postilla, los chavales tratan de explicárselo a
Destiny
y ella
los mira con los ojos muy abiertos, pero no recuerda. El alba ha trascendido el
horizonte y las series
luminosas
del sol han dado paso a una verbosidad de la naturaleza, una incandescencia
de la
hierba, el florecimiento lógico del campo en toda la extensión de su espesura.
Lo que supone la intervención
crítica
del demiurgo y sus batallones de limpieza. Es de suponer.
El KRIT
insinúa su obra como un profeta melancólico: hay retazos por aquí y por allá,
existen
copias
manuscritas de su proceso autónomo, palimpsestos y otras cabezadas de la
literatura.
Ha
aparecido un arco que no marca ninguna hora
conocida,
es una puerta espacial o el pasaje a un mundo mejor. Una locomotora podría
aparecer remachando
humo y
señales bíblicas hacia el panorama, conteniendo la respiración de los cuervos.
El ruido
podría
ser un rap antagónico prologado por un maestro zen, la alegoría del silencio.
Hay un
carrusel de ventanas que se cierran, balcones que no albergan ilusiones
culpables,
ni han sido hollados por la planta curiosa de una heroína romántica, es decir,
no han
sido descritos en cualquier idioma, ni vociferados en escena,
ni
puestos a secar entre cuatro paredes. Miradores que fueron de grandes
decepciones, terrenos sin peinar,
libros
ordenados de mejor a peor, voces sin remedio.
Oh,
Destiny detesta su propia belleza abominable, el mero impacto de su melena
oscura en la materia fértil de los sueños humanos,
sobre
la miseria que caracteriza las emociones, el nicho corrupto del amor. Su cuerpo
es de
un tamaño semejante al de una montaña, sus manos como arrecifes de roca limada
por el viento,
sus
pies hechos al dominio del hielo y la cellisca. Tan diminuta cuando cruza el
firmamento, como deja de verse
durante
un segundo, ave de luz y sombra, límite inabarcable.
No
recuerda, tiene todo en qué pensar; pues ha vivido. La banda sonora del parque
transmite
en la frecuencia indebida habitual y las chicas sintonizan sus labios con el
paso del tiempo, aplican sus oídos
al aire
que se muere de vergüenza, debutan en el credo de la sangre. Ella se remonta al
falso brillo del primer
trofeo,
la primera llamada al desencanto, el primer beso hasta la náusea, y solo allí
concibe
la
presentida forma de su mala conciencia.
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