Es
grandiosa la infancia, nada ocurre de golpe, cada nueva
desgracia
se va fraguando meticulosamente, durante una eternidad va calculando su impacto
(su espanto). En el parque
existe
un campo para cada desorden, todo se multiplica como en un océano
de
incertidumbre, las chicas navegan la profundidad de la hierba; hasta Jordan
naufraga en el área,
deposita
un tesoro en la cresta de la primera ola, la que noquea con un gancho
perfecto.
El parque es un trocito del pastel, un gran copo de nieve –su arquitectura
fractal.
La vida
va consumiéndose desde el primer puñetazo en el pecho, sigue tiznándose. El
terreno
semeja
una fuerte depresión, como un pozo estipulado en el cine. El mar se encrespa,
pero en
el pensamiento, es en la mente donde arrecia la tempestad y los barcos
descomponen su figura
errante,
las chalupas agonizan entre carnavales de espuma.
En el
parque quedan pocos niños; algunos juegan con Gris, que solo muerde una pelota
roja, y
Jordan asegura: venid, que no hace nada.
Desorientarse aquí no sale gratis, la cueva de la bruja
está
por todas partes, antes de verla suele divisarse un huerto distinto, una senda
de mármol
junto
al árbol del ahorcado. Antes de verla, a veces asoma un rayo de sol y entonces
los pecados pueden perdonarse
como si
fuesen riñas de muchachos; en el parque, el verano
cuenta
sus días por elegantes frontones de maquinaria infernal, los aviones airean sus
trofeos
y el
pronóstico siempre ocupa una casilla en blanco.
También
los espejos determinan la mentalidad del día, su duración o su spin; un quark extraño
significa
un desembarco en el río, un chapuzón en el agua que riza su antojo, depura la
formación de su presente.
El río
muestra esplendor y coraje, angustia por la palabra perdida. Y los niños
violan
el código saltando por las piedras, propietarios de una risa
oxidada:
su ágil desempeño pertenece a otro margen, ofrece un pretexto a la sorpresa de
las ninfas,
el crispado
desconcierto del ángel.
Jordan
ha probado la luz y ahora no hay modo de disuadirla de tanta claridad como
acumula en sus manos,
su
pecho ha sentido el pudoroso contacto de la piel del silencio y necesita un
arte de confianza. Los mapas
no
señalan dónde acaba el poema y el espacio es cada vez más
estrecho
entre la sombra y el fuego, entre el último verso y el abrazo elusivo de la inspiración.
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