Contra
los poetas: el sufrimiento es un lugar común.
Jordan
no tiene una sola caries, es parte del milagro, el maná que cae del cielo cada
día... Jordan
vive.
No hay tiempo suficiente. El tiempo se parece a una secuencia ilógica, a un
fondo de microondas; en el fondo,
la vida
no se detiene en insinuaciones, es un hecho
dominante.
El Parque finge como una máquina bien desarrollada, ocupa una extensión
verdadera,
no hay más. Fuera, los animales intuyen la salida.
Al
piano, la mano de dios, la mano de alguien, un Fats Domino radiante, algo
hambriento, o un pianista
después
de comer entre las ruinas, cualquier imagen vale, funde, estalla ante los ojos,
cualquier
sonido
cuesta de olvidar. El servicio es mejorable, se pide una pastilla
y
doscientos mayordomos acentúan el paso, hacen atletismo por los pasillos de la
residencia.
De
pronto, el edificio está en el pensamiento y el maná desciende
lentamente:
es un milagro. La muchacha se ha vivificado, ha concretado sus ganas de vivir
en un movimiento de las manos,
las
caderas, los hombros desnudos. Lleva un vestido blanco por encima de la rodilla
(que siempre
es de
otro color). Entonces afloraban pasiones desatadas; cuando ella elevó sus ojos
a la altura
e
imploró misericordia. Y Destiny escuchó detrás de la cortina, detrás de la muralla,
y miró por la cerradura,
enseñó el
corazón por debajo de la puerta; su espada era un bastón de caramelo,
el
fuego, solo un rayo de luz desmenuzada.
Contra
los poetas y su párvulo hermetismo, su personificación. El poeta está fuera de
sí,
mas regresa
(apoteósico), entra en bucle, encarniza sus competiciones
y
sufre. Su manera es incendiaria, su tamaño, descomunal. Resucita entre inmortales,
pero todo en su método es infancia,
incluso
la copa del árbol resulta deleznable.
Jordan
sintoniza la frecuencia del palacio de los perros, aquella fortaleza empírea;
allá donde se luzcan
los espejos,
se alzará su hogar; donde un fracaso se perciba y una familia aguarde su dulce
epifanía. La salud es parte
del
recreo, una pieza del engranaje celeste, un espectáculo plural. La vida
sigue
partiéndose en pedazos y, aunque no duela, llena de quejas el gesto de la
sombra,
escuece
como el látigo que restalla en la sonrisa del arpa.
El tren
está a punto de partir; solo que ahora hay lágrimas para pararlo en seco: miles
de besos chafados en la calle,
como expulsados
del cielo acusador.
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