Un
término medio entre el surrealismo y el Zen. Entre el poema
en
limpio y la cosa (mortalmente) seria. La realidad se ha trastornado como en una
novela de China Mieville
o en
una foto de Matt Black; el polvo, el humo, tienen todas las de ganar,
son una
enfermedad hereditaria; la tierra ya es un lugar absorto en sí, determinado a
girar
sin
conocimiento, exhausto aunque acabe de empezar. La tierra es un planeta
solidario,
amamanta una pléyade de flores, atrae
bellos arcángeles.
Destiny
llegó a la tierra en un cometa desde la nube de Oort,
dibujó
un pez en la tierra que visto de lejos parecía el símbolo del dólar (¡qué
premonición!), se comió un burrito
en un
puesto callejero de Miami. Pero acabó pidiendo limosna en una esquina curva de
París.
Donde
los nazis habían establecido un cerco, barricadas industriales contra la
ilustración,
magia
negra contra la democracia. En Madrid, los perros
iban
sin correa, como en Bucarest, algunos charlaban en su jerga canina (alguno se
llamaría Gris).
El
Parque había conseguido su mayúscula y la lucía en el pecho
como
una medalla al mérito, se había autoabastecido con una valla pintada de otro
color –bastante alta.
Milagros,
lo que se dice. Un poema corto sobre el haiku más presuntuoso
del
canon satisfecho, un poema como un celtas corto, con su estaca reglamentaria (y
su síncope virtual).
Recitalistas,
propagandistas, ningún
artista.
Aristas, cantos, fuegos editoriales, Guernikas de Picasso troceados al peso, contraluces
de
Rothko: fecundidad y protagonismo.
La
primera flor dijo que no. Y Destiny se puso colorada. Luego crió un fantasma y
lo llamó
deseo.
La rosa estaba por encima de la fantasía,
constituía
un futuro reconocible para la viabilidad del género, verbigracia: un ciego
recobró la razón,
un cojo
pudo darse por vencido. El río era un museo al aire libre, celebraba su aniversario
cada vez,
sostenía
su inútil guerra
santa.
Los poetas tenían miedo de salir porque las callejuelas empinadas habían
comenzado
a despeñarse y de cada ventana colgaba un Keats desposeído, en cada fosa, un
Lorca moribundo se moría:
la derrota
es un verso con ganas de agradar,
la
victoria, un silencio transparente.
Y la
segunda flor no dijo nada.
Far cry 5
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