Escribe
siempre para una lectora del futuro, la suya es una estructura del futuro. No
para
Jordan
que pasa ahora por debajo del árbol, distraída (no absorta) con algún tremendo brinco
de la realidad. Nadie
reconoce
el punto de vista escéptico y multilateral, cromático,
que
arguye y filosofa como en la cola de la beneficencia, esa fila india imaginaria que es una
estafa de los sentidos,
oscila
o vibra en su plano coercitivo y contribuye al Extrañamiento
general.
Jordan
se extraña, Destiny no.
El
milagro de hoy es la capacidad sobrehumana de abarcar un mundo
repleto,
un recetario de ámbito sublime; construir un sintagma automático que ponga
motes a las estrellas,
una
ametralladora de palabras dignas como catedrales efímeras.
Porque
fuera no hay nada, se impone mirar hacia/para adentro, es necesario
interiorizar(se),
volcarse en el conocimiento del Amor Propio; pues no hay:
libros de texto
enciclopedias
wikipedia
(termópilas)
manuales de autoayuda
extractos folletinescos con las
instrucciones de la lavadora
La
inexistencia de determinados objetos que no tienen a bien aparecer en campo
alguno de sentido, por ejemplo:
el
espejo (que ha sido sustituido por la luna de verdad). El ángel no pide
respeto,
le
basta con un mínimo de actitud, una brizna de restauración; su movimiento
romántico
excede
la medida del vaso reaccionario.
Depende
de si el amor ha progresado en los últimos
tiempos,
o no hay teorías alternativas y la puta poesía se destrona con estrépito en
medio
de un
caleidoscopio de formas consecuentes, en una cornucopia de formas singulares.
Si el Verbo
organizado
en salvas milimétricas dice las cosas a su manera
o
repite la coreografía de los estantes abarrotados de miseria conceptual.
Destiny
viene a condenar un volumen cualquiera, uno bastante lírico y ergonómico por su
poco
peso y
su condición manejable –famoso chisme de bolsillo; epicentro que fuera de la
consagración
literaria
de alguna pluma tartamuda, nobless oblige.
Hay que
partir de un segundo
y
describir el siguiente. Rubricar la sinfonía con un soplido gutural, un runrún
de las tripas, el chasquido
abnegado
de los huesos antes de la batalla, el portazo de la rosa
que
atenúa su encanto frente al torpe silencio de la inspiración.
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