relatos, apuntes literarios...

domingo, 25 de marzo de 2018

trece actos inmorales


¿Dónde estaría el cielo cuando se alzó el vacío sobre todos
los cuerpos del espacio?                                          

El tren partía en su viñeta del cómic,
desaparecía luego de la vista, tal vez sepultado,
enterrado vivo en la conciencia; ¿qué atento maquinista no habría dibujado la forma de las nubes?

Se condensaba el vacío en torno a una razón gigante, giraba en su remolino
meteórico, su vórtice habitual. El torbellino de la nada cruzaba la sala de estar, se vencía
sobre el tic-tac apático de la mecedora, era una máquina de hacer
mermelada de frambuesa (el universo en una taza de café); y las estrellas que fulgían insípidas
burlando la soledad de los planetas.

La luz tenía muchos nombres, nombres
arrojados desde una lejanía de combustión y adorno, nombres de animales como pelícanos,
águilas reales y águilas de una infinita dimensión, figuras residentes en el campo último de la imaginación y el miedo,
cuarto de juegos y dormitorio de las hadas. La luz llevaba el nombre de cada
niño muerto y lo dejaba caer como un regalo a medianoche, como un rayo ascético de luna.

Ferocidad para empezar; la obra en trece actos inmorales, el número que significa la suerte de la sombra;
sombra para empezar, un retoño de sombra en el bolsillo de la americana, por el rabillo del ojo, en la comisura
estrecha de la boca, santuario de alegría, y de silencio.

Hay un niño dormido en mitad de las vías: ¿qué no hará el maquinista? Dios ha protegido el arte
hasta que le ha sido posible retirarse de él, abandonarlo frente a su monstruosa
concepción. La foto fija del amor ha salido a subasta y el futuro ha pujado con cautela,
comparando deseos, decepciones, almas con las manos manchadas de sangre.

El Ángel estuvo allí. En su mecedora celeste, inventándose un cuento, una oración para espíritus de mirada perdida;
los labios separados en un resto de carmín divino, el gesto
estático de la felicidad colmando su frente de finales sin tregua

(pero no había nadie en el vagón atestado de cadáveres).



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