El
mundo está acostumbrado a los milagros. Dicho de manera más escéptica, el mundo
es indiferente.
«Soledumbre» (Danilo Kiš)
Sobre
el parque, la acuarela del cielo está recién
pintada.
Destiny es una linda pensadora, adopta la postura
clásica,
el puño y el mentón, sentada sobre un tocón desteñido o un barril de petróleo.
Así que le han
encargado
la manutención del Arte y anda reflexionando.
El arte
es la intentona humanística de atrapar el pensamiento; el pensamiento también
incluye
fotogramas
extraños (esto es surrealista), datos erróneos que casan con la barbarie. Los
pobres piensan
más
artísticamente aún, porque el arte agradece la desesperación y elabora
figuras
herrumbrosas, desinfladas, que valen su peso en oro.
Ahora
toca un paquete completo de socialismo y redención; por eso Destiny piensa en
cómo distribuir
retazos
de alma, ricitos de alma pura, puros estados anímicos: no todos los cuerpos
admiten el trasplante, se producen
rechazos
regulares.
La
hierba ayuda a concertar los planes imperfectos, las interrogaciones y la falta
de calor; el relato
puede
ser fantástico cuando el realismo acaba prostituyéndose en su propia salsa antagonista.
La obra
se
termina por sí misma cuando cede la imaginación: una caravana de discípulos
ariscos prepara talleres de novelería
fantasma
donde las entelequias fluyen como sombras del compás,
sobras
de la comunión.
Destiny
ha viajado tanto; hasta que abrió el diccionario por una página cualquiera
(que nunca
será una página cualquiera) y a partir de la palabra “compensador”
trazó
un esquema semántico complejo en el vidrio empañado de la resurrección (porque
aparentemente
conocía
la propiedad del Verbo). Es decir, la lluvia trenzaba caños
y resarcía
la pérdida, era tan compensatoria como un accidente, denotaba
idéntico
descarte subjetivo.
Dando
de comer a una paloma en el poema. Difícil compararse,
acuciar
el estilo, la suave brisa indispuesta de los versos que caen, uno tras otro,
desde una altura
cada
vez más escasa, más diáfana para el intelecto, con menos turbación, menor
traslado,
pero con más chapoteo y algarabía triste de la que hubieran deseado
confesar.
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