Un
desequilibrio temporal se produce
en el
Parque y toda su infraestructura (incluso la aérea); es una promoción comercial
que incluye saldos
históricos,
devoluciones y procesos no-kafkianos, clases particulares en los archivos del
distrito,
carreras
universitarias reducidas a un intercambio de viejos cromos de béisbol.
Está
escrito que el siglo XXI fue una ratonera de ideas y conoció la frustración del
Arte. Fueron sus primeros
años de
agonía; sin escrúpulos, la guerra abotonaba el mundo,
descargaba
su remolque de frases hechas sobre un charco encarnado cada vez más hondo y montaraz.
La muerte
hacía
recados para todos, era entonces el mensajero universal, con su bicicleta
(estática)
y su
mochila colmada. Hasta los pájaros
caían
en la red, hasta las hojas perpetuaban el otoño y sembraban el asfalto de
cadáveres honestos.
Destiny
observaba el desarrollo de la farsa
con
gesto extradimensional, aire en el estómago, un temblor en las rodillas espectrales.
Ensayaba su mueca
preferida,
su plan de vuelo. La música iba desacelerándose y algunos monasterios promovían
plegarias
e invectivas. El cielo se venía abajo (es decir).
La
poesía bordaba las notas del futuro, tomaba notas sobre lo que podría ocurrir.
La cabeza del Arte
rumiaba
sus decisiones más torvas y felices: cómo engastar un clavo en el cuerpo del
debate
intelectual
(un dardo envenenado). Era el momento de trabajar el mármol y las sensaciones,
de recitar
una
novela corta –sin impulso rítmico alguno– ante un auditorio contumaz. La
guerra, a su modo tácito,
sincronizaba
las mentes de una generación;
el
Parque iba extendiendo su dominio siniestro, su poema en ciernes, cuervo que no
se ve.
Fue
atroz, pero así se sobrevive; escondidos en la biblioteca, escondidos en el
aula, escapándose del puto policía,
de la
ronda y los tanques elevados a la potencia de uno; sendos edificios imponentes
tomaron
las riendas del paisaje, iniciaron cierto viaje hacia la realidad o estallaron
en pedazos de pastel de manzana. La cinta
pasaba
a toda prisa, avanzaba con estruendo, colgaba de un balcón.
Ahora
solo quedan las fachadas, el humo y el amor. Destinty espira toneladas de amor
que derrumban las últimas
murallas,
arrojan un superávit de sangre derramada. Ella es juez y parte; si ve pasar una
manada de lobos
es
porque la vida ha sonreído, si los chicos disparan al aire es porque la fiesta
ha terminado y de la tierra
comienzan
a brotar flores sin dueño.
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