Destiny
ha formado un coro con las ardillas del bosque, los jilgueros;
el
Parque limita al sur con otro bosque, al este con el bosque, a veces se
superpone y se confunde:
las
ramas no dejan ver. Parece que la avenida se interna
decididamente
en las intimidades y el cielo puede interpretarse mejor, el sur es más
caliente, los espectros
vagan
con elegancia; de momento el aire es más caliente,
las
voces llegan de un lugar sin horizonte,
alcanzan
una playa.
Olas y
glamour, el eco necesario, recíproco, la canción
insiste
en su acueducto sónico, el pasadizo entre dos realidades, dos Alicias,
una a
cada lado del espejo (cogidas de la mano).
Ser Ángel,
y la música. Otear el porvenir pulsando una cítara eléctrica, improvisar el rap
definitivo,
la letra ensangrentada, el ritmo
r-i-t-u-a-l.
Es tomar la pluma y desnucarse, desnudarse y quedar
en alma
viva, sin papeles. D. se pone una
túnica moderna, algo glacial, y sus pies que sobresalen, sus alas son
dos
pedazos de cielo en el bazar de la noche,
su voz,
un volcán en movimiento.
Nadie cruza
la frontera, y eso que no hay murallas,
y eso
que no hay centinelas de bruma y solo la frente de la Luna resplandece. Ni
siquiera en estos planos que se solapan
consta
volumen alguno extravagante. Todos apátridas, orgullosos ciudadanos del Arte
que respiran. El polvo
que
recorre arquetipos y campos orbitales, el humo que se mata en los tejados, la
soledad
arisca
que bate los campanarios, el perfil subterráneo de la ciudad quemada.
Víctimas
del amor hay tantas que eclipsan con su duelo en 3D la meritocracia
del
hampa; un pulso de hierba
inunda
el epicentro de la luz, es un aroma frágil que precipita una cultura
ferroviaria, el traqueteo
inútil
de las emociones. En la pared, alguien ha dibujado con espray naranja las
palabras mágicas: Rose Azura Njano;
nada significan, pero al pronunciarlas
entra
en acción un vórtice de posibilidades, la peonza del tiempo
se
detiene y señala el Norte como una brújula enferma de pureza.
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