Elegid
un protagonista indiscutible, alguien tan distinto,
indistinguible
del medio, camufladlo entre la fronda lenguaraz del paisaje literario. La
novela
es el
quid de la producción estilística, en ella se destruye/
destituye
la posibilidad de alcanzar la introspección real, los arquetipos novelísticos
fallan
y se destronan, su afán por desligarse de la pluma los convierte en seres
invulnerables,
el
deseo eterno de desquitarse de la soledad prosaica y su miseria
programada
vacía de secretos la conciencia de los grandes personajes.
Solo la
poesía con su actitud vivalavirgen y su aconfesionalidad es susceptible de
acoger
astutas
modernidades aproximadas a la estipulación de lo existente, verbigracia:
Jordan. Una heroína fresca,
fresa,
romántica en extremo y hasta el paroxismo edulcorado de la festividad. ¿Qué
sabemos de ella?
Nada.
Todo. Lo imprescindible, lo insuperable: lo suficiente. Tenemos un libro
de poemas
que acordona la zona muerta –la banda
schrodinger–, la luminosa escena del agravio
creativo.
La
diferencia entre el Parque y este mundo es la extensión. El Parque es más
extenso.
Tenemos
un paraninfo y un mirador, una avenida insistente y un taller
de
reparaciones. Hay polvo suspendido cuya concentración se mide en gramos por
habitante. Hay una luz
emparedada
que propicia apariciones y espejismos arenosos.
Solo la
poesía gorda, el trueno. Jordan sabe más de lo que creeríais; es conocedora. Su
ciencia
equivale
a un desorbitado número de casualidades, su lengua merece la orden del pánico
(y esquiva los pronombres).
Su
verbo es tentativo, irrefutable, ha hallado una concreción y la reparte,
disfruta
donde otros ahondan la sepultura del genio, su gimnasia es revolucionaria; sus
barras
oscilan
como renglones atigrados.
No se
puede hablar de lo que no se puede: ni siquiera en el sacro poema vehicular
(ventricular). Las ramas
han
reverdecido, átomos que no se hablan, fuerzas comprometidas que arrojan sus
campos por la borda. Un chal raído
basta
para evocar la pérdida de la inocencia. La historia trata de un lugar en el sur,
otro en
la costa de marfil, otro en una isla portuguesa. La historia es un cincuenta
por ciento memoria, un treinta por ciento
literatura
y un veinte por ciento historia sin contar. Elegid una persona y acotadla en el
tiempo:
dadle
unas líneas de diálogo, una causa,
procurad
que no se os meta por los ojos, que de su sombra emerja un verdadero signo del
pasado.
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