Funcionamiento,
tuercas, engranajes, ruedas
dentadas;
el poema es manufacturado, crudo estructuralismo. La belleza se le escapa de
las manos; la belleza
es una
mujer negra sin rastro del ángel, como huída, (r)elevada. Es una rosa
difícil,
una mazorca regada con bourbon y lágrimas (alternativamente). El poema
se
siente maltratado porque surca las vetas marmóreas de una lápida con demasiada
frecuencia;
con sostenida frecuencia alguien lo lleva en el bolsillo trasero del pantalón,
arrugado como una máscara
de
edad, hecho un revoltijo de sintagmas paralelos, metáforas
remasterizadas,
sustantivos creyentes.
En el
taller del lenguaje se afanan los mecánicos-revisionistas,
seres
vitriólicos de mírameynometoques, almas peinadas. El poema pasa revista
como un
soldado en prácticas, de maniobras en el reflejo de su propia y basta (selecta)
soledad. No tiene la culpa
de que
sus ojos no sean tan negros como el agua del estanque, de que sus brazos
cuelguen
adoctrinados y sus pies no sean rápidos. Como un balazo en el cuello, la música
sobresalta,
declama
un ángulo que precisa ritmo y una elasticidad por encima de sus habilidades
corporales,
su soltura.
Se
trata de una compre(n)sión diseminada, la síntesis arrojada a los puercos;
todos tirando de la cuerda,
vociferantes
en un idioma amargo, silabeando el morse de la morgue, la retahíla
fúnebre
de los caparazones. El poema obra su tosca brigantina, que se solidifica de
inmediato, contribuye a la fiesta
por la
acera, el domingo de una era, la sombra de una época (y alguna profecía más).
Hasta
ahora (hic et nunc), los árboles han detenido el martilleo afín de las
ametralladoras célicas,
su
política y su bandidaje. Habrá que agradecer a la naturaleza su naturaleza malévola,
el armatoste que acarrea
abrazado
de flores y luciérnagas –por no hablar de otros planetas. El hostigamiento
permanente
a que se ve sometido el artilugio nórdico que comienza en el primer verso
(entra Rapsody) y se a l a r
g a
sin
necesidad, sin tanto que decir
excepto
las cuatro verdades que todo el mundo ignora de repente.
Contar
el peso del metal, aclimatarse a la meteorología semántica, la duración
y el
pastoreo legal de la experiencia. Hay que morir en el verso siguiente, dolerse
con verdadera
inmersión
lingüística, arropado por un tarro destapado de moscas experimentales y un
espectáculo de roedores
campestres.
Sin mal gusto, adocenada la catarsis: un espacio entre Lyons y etcétera
(anyway). Inventarse
una
persona y dotarla de buen gusto literario y de sinceridades, de piernas
y
cabello, una cultura adicta a la moral del juego, veinte
años en
el tajo de la hierba y nada menos: describir un milagro y no volver la vista
atrás.
Y no
creer.
¿El brillo opaco del carbón(o)?
ResponderEliminarA presion?...
Preguntas sin respuesta.
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