Destiny
Desoladora; es el motivo, la ligazón que califica y se derrama
como
una mancha nueva en el mantel del siglo. El tiempo se ha comprometido con cierta
sucesión vertiginosa, ha tomado
conciencia
de su menoscabo, su aspereza; aquel difuso entendimiento,
con la
lluvia, el castillo
y la
cruz.
Todo
produce insolaciones (estribaciones),
intuiciones
mascadas como el chicle que se pega en la suela del zapato, la piedrecita en el
zapato de charol
que no
se puede sacar. Algo que duele y se marchita
de
repente. Algo que corrobora los misterios, la sospecha infantil de un mundo
errático
y sencillo. El juego facilón de las pequeñas guerras, las escaramuzas sin
cuartel, el abecé de las tribulaciones
puesto
a secar al sol de la inocencia.
Abarca
Destiny una desolación apaciguadora, una destreza salvaje basada en su figura
aborigen, su resolución
tan
alta, esa lente telescópica que define su belleza y su peso de vuelo, que la
defiende
frente
a cualquier tentativa de designio, frente a cualquier atisbo de humanidad
perfecta,
cualquier
devota imagen favorable.
Vuelca
un lenguaje misericordioso; ella tan en bruto, tan bruta rosemarie llena de
piel; es de la rosa
que
perfuma la complejidad del prado, cerca del mar que se agita ignoto y
nauseabundo,
fulmina
la costa con viscosas extremidades azufradas. Cuando la lengua se agita rota y
nerviosa por hallar el nudo
físico,
el bulto astronómico de la realidad y sus partículas
maternas,
la silueta a recoger de las baldosas, el punto muerto de la religión y su
pública costura.
El
hallazgo modula un verbo carismático para situar la aseidad en su vértice y su
espacio, la cualidad
expectante
de lo inefable y su índole inefable. Así, vienen el arpa y el laúd cosidos a la
palma del arrecife
supersónico
que arrastra piedrecillas de colores. Hasta el balcón
ordenado
sobre la barrera, sobre la playa vestida de rojo carmesí
donde
brilla el retablo de la melancolía, el reconocimiento artístico a una vida
entregada
a la sabia
inacción y sus tensiones.
Destiny
borda ese hábito suyo de no ser, coordina las pautas de la naturaleza en breves
escapadas, se debate
como un
halcón aterrorizado por el hambre. Es una mujer ante el milagro, sus ojos
atizan
el fuego de la noche y sus manos comprueban el calor que yace dentro de la
muerte
que ha
caído del cielo como un relámpago triste.
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