Donde
esté el signo;
si el
signo es doloroso. Si hubo un corazón, hay un corazón: extravagante, duro como
el pedernal, como la sombra
de su
cuerpo (púrpura entreabierto) Dolía así, gigante en su veracidad y su coraje,
pues
no era
mensurable su latido, su aurícula derecha no
daba la
medida exacta del Amor.
El
Ángel viaja, está en el tren que se aborda una noche de invierno, fumando en el
pasillo, fumando en la ciudad que a lo lejos
se
divisa como una falsa estampa del pasado. Es un truco modesto, la dignidad de
una mariposa
abanica
su espalda, sus ojos se vinculan con el ciego mundo de las excavaciones, la
levedad porosa del satélite:
un
cráter misionero / dulce vestigio
de la gaya ciencia original.
Oh, su velocidad
de chocolate, su traqueteo indefenso, insinuante. Aguza la vista y lo verás
mientras
vadea
el océano con su estandarte, mientras endulza el río con sus lágrimas. El agua
es el mensaje, el fuego solo
es. Su
corazón es duro como la alborada, como el espíritu que compone atardeceres
envuelto en el sudario de la magia.
Hablad
de su belleza, obrad un coliseo de palabras insolentes para definir su altura.
Sus
labios amortajan un millón de besos, ¡es poco!, un millón de lirios, un sinfín
de artículos determinados, la mayoría
del
tiempo, la inmensidad estática del aire. Su conciencia
mueve
campos de labranza, ordena surcos naturales en el cielo del norte, subyace a
toda enciclopedia
mercenaria
(fiel coraza de encinas); ¡es un árbol con toda su coraza!
En el
libro se describe el signo de su autoridad, sus rizos y su piel. Lleva (puesta)
la túnica del tigre, la piel de la aurora
libre y
confidente, el melocotón y la fresa de su boca. Hace la luz. El Ángel
(amarte-amar-te ama) es la declinación, se conjuga con todos los laureles, abraza
el contorno familiar del viento,
salta a
la vista de la soledad, gana espacio al vacío forjado en su entereza…
Ahora
se escucha la música impaciente de su voz de almendra
que
corta de raíz el principio del reino y de la rosa, derriba la muralla febril
que construyen los novios con las manos
rendidas;
su voz tan vertical como un hilo de savia edificante.
Está en
la violencia oscura del recuerdo; ah, y en la acera pintada con la estrella del
hambre, en la pared
adulta
que separa dos islas de infinito. Su nombre es lo de menos; ya se lanza por la
borda del lenguaje, arriesga su integridad
en el
horno constante del espejo, oscila como el vértigo en la matriz del sueño que
lo admite y lo encumbra
para
siempre, y lo apura sin gloria a sorbos de injuriosa eternidad.
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