El
poema no tiene sentido,
el
poeta no existe. Presunta, supuesta poesía que no existe;
existen
el juego y el lenguaje.
Jordan
sufre un espacio tan débil que ha superado su niñez existencial; la fortaleza
de los lugares
comunes,
del conocimiento ha sido, por fin, sustituida por la simultaneidad
bipolar
de los acontecimientos, su panorama abisal; estamos en la cintura de un agujero
negro comiéndonos
los
mocos. Vamos con las uñas negras, llevamos
el
pensamiento oscuro del trabajo dentro.
El
Parque es el cirio emocionante, la sobriedad hecha frontera, territorio
artístico;
oh, por fin la democracia ha invadido los museos, los palacios, ha desencuadernado
catálogos
y referencias… Pero si el KRIT gobierna…
(¡mais non!, su corona es tan frágil
representación del poder, un guión
adaptado
a la caducidad de las estaciones, digamos que una obra teatral
modificada
por los avatares estéticos: de repente, un tren-bala; una partida sin ganador
aparente,
la sección
geológica del fatberg original).
Pasa
sin rabia. Un tren avanza desde el horizonte
hasta
el mar, su fondo creativo. La poesía ha olvidado el amor en el cajón de las
esperanzas, en la cajita de música; el amor
ha sido
destituido (Jordan lo sabe), suplantado por otro Amor que incluye
parábolas,
encarnaciones e idealizaciones, todo un espectáculo
indoloro;
hay que sufrir, urge una racionalización del sentimiento. Hemos
de
abrir heridas y, para eso, está la literatura.
El
poema –por ahora– carece de mundialización, de personalismo, de estructura y enjundia
(y de furia).
Es una
carencia en toda regla. Su naturaleza ha desparecido del mapa, su zoología y su
medicina del hombre-medicina
han
dado paso a una suerte de belleza independiente, no masificada,
mejor
aún, desclasificada. Ya no es un producto comercial ni se tantea en el espejo
de la publicidad.
Jordan
conoce a un poeta que no lo es (y nadie se lo llama); está desnudo
(metafóricamente),
cree en dios y no escribe una sola palabra: es alguien con la cabeza a pájaros.
Ocurre
que el poema estaba escrito, que lo lleva escribiendo con los brazos en jarras
mientras
arrecia la lluvia, y los chicos sonríen,
y el
humo se convence, poco a poco, del viento.
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